domingo, 4 de abril de 2010

Capítulo 1: Sexo en Nueva York ( Parte I)

Los dedos de la joven mano tamborileaban sobre la cubierta del libro. El muchacho no tuvo más remedio que carraspear para que el bibliotecario advirtiera su presencia. Samuel levantó la cabeza y se disculpó. Cogió el libro y el carné del usuario para dar de alta el préstamo y concentrarse así en el trabajo. Pero no podía. Su cabeza no hacía otra cosa que recordarle que su novia le había dejado. Por la noche, Rita había hecho su maleta y esperó a que regresara Samuel para darle la noticia. Él no sospechaba nada, por lo que la separación le hizo sentir más traicionado que abandonado. Llevaban viviendo juntos casi un año, después de que Samuel insistiera para que ella se mudara a su piso. Rita pensaba que era un poco precipitado, apenas llevaban cinco meses saliendo, pero estaba enamorada y no pudo pensar con claridad. Ahora sabía que debía dejar a Samuel.

-Pero ¿por qué?- dijo él.

-Ya te lo he dicho. Necesito a alguien a mi lado que no tema resolver los problemas que tengamos- dijo Rita por enésima vez.

-Pero si no tenemos problemas- dijo Samuel sin entender a qué se refería su novia.

-Ese es el problema. Eres incapaz de ver los problemas.

-¡Es que no tenemos problemas!- se exasperó Samuel.

Para su sorpresa, Rita se echó a reír mientras meneaba la cabeza. Su irónica risotada atravesó el pecho de Samuel como la bala de una magnum. Luego, cogió su maleta y se salió de la casa sin decir nada más. Samuel se quedó un buen rato mirando la puerta sin moverse, convenciéndose de que aquello no era real, que estaba soñando. Pero su dolor no le permitía evadirse tan fácilmente.

Por la mañana, tras el mostrador de la biblioteca, pensaba de nuevo en los problemas que Rita le había dicho que tenían. Sin embargo, mientras devolvía el libro al muchacho, que esperaba pacientemente, llegó a la misma conclusión: ellos no tenían problemas.

-Perdona- dijo Samuel deteniendo al chico que estaba a punto de salir- ¿te puedo hacer una pregunta?

El muchacho retrocedió mientras se encogía de hombros.

-¿Tienes novia?

-Sí- dijo el chico temiendo que tal vez el bibliotecario quisiera ligar con él.

-¿Y te entiendes bien con ella?

El muchacho arrugó la expresión y salió de la biblioteca pensando en lo raro que era Samuel. Pero él sólo quería comprender qué había pasado. Se giró hacia la parte derecha del mostrador y cogió el teléfono. Al otro lado, su amigo Elías le contestó.

-¿Sí?- dijo.

-Soy yo- dijo Samuel.

Acto seguido le contó su ruptura con Rita y le explicó lo que le había dicho. Le preguntó si él entendía a qué se refería.

-¿Y yo qué sé?- dijo Elías. Luego, cambió radicalmente de tema- Recuerda que hemos quedado hoy para comprar el regalo de Tomás.

Con la separación, Samuel había olvidado por completo que César, Elías y él se disponían a recorrer la ciudad buscando algo que regalarle a su otro amigo Tomás. Se conocían desde muy jóvenes. Compartieron clase en el instituto y desde aquel momento no se separaron jamás. Eran de los pocos grupos de amigos que podían presumir de conocerse muy bien. César era el triunfador, un ejecutivo de publicidad que había llegado a lo más alto a sus treinta años. Tenía un coche carísimo, vivía en un ático en pleno centro de la ciudad y las mujeres caían rendidas a sus pies. Pero ninguna había conseguido atraparle. Tomás tenía, además de carisma, una belleza física que mantenía con una estricta dieta y dos horas diarias de gimnasio. Trabajaba como actor en una obra de teatro independiente que, aunque no le convertía en millonario, le permitía vivir de lo que más le gustaba. Elías era un treintañero que aún no había decidido qué hacer en la vida, y subsistía a base de empleos basura destinados a universitarios. Ahora trabajaba de teleoperador y, en sus ratos libres, lo que más le gustaba era ir de juerga. Samuel había aprobado las oposiciones a bibliotecario muy joven, con veintitrés. El sueldo fijo le permitió comprarse una casa que estaría pagando hasta pasados los cincuenta. Era el inteligente del grupo.

-Samuel, ¿estás ahí?

-Sí, me he distraído- dijo- ¿A qué hora hemos quedado?

Por la tarde, los tres amigos caminaban rumbo a los grandes almacenes Ravel, un edificio de cinco plantas situado en el centro de la ciudad. Elías había llegado con una buena noticia. Todos los años, cuando llegaba el cumpleaños de uno de ellos, los otros tres las pasaban canutas para comprar un regalo. Discutían mucho sobre si le iba a gustar o no y casi nunca se ponían de acuerdo. Pero aquel año iba a ser distinto. Por cosas del destino, Elías había quedado aquella mañana con Tomás para tomarse un café juntos antes de entrar a trabajar. El teatro quedaba muy cerca del call center y Tomás tenía que entrar temprano aquel día para hacer un ensayo general con los técnicos de luces y sonido. Mientras esperaba a que su amigo llegara, Tomás recibió una llamada de una amiga suya. Entre otras cosas, hablaron de la serie Sexo en Nueva York y Tomás coincidió con su amiga en que la serie era muy buena. No se percató de que Elías había llegado y esperaba pacientemente a que su amigo terminara de hablar. Pero se quedó con el dato.

-¿Estás seguro?- dijo César- ¿No es una serie de tías?

-Ya, pero sé lo que oí. A lo mejor le gusta porque es actor y hay personajes masculinos interesantes...- se defendió Elías.

-Bueno, es la primera vez que vamos a tiro hecho a comprar un regalo. No desperdiciemos la ocasión- medió Samuel.

Subieron a la segunda planta de los almacenes Ravel y miraron por las estanterías. Como no encontraban la dichosa serie, barajaron la posibilidad de preguntarle a una de los dependientes.

-¡Ah, no! Yo no. No pienso preguntar a nadie por eso- dijo César.

-Iré yo- dijo Elías suspirando.

Se acercó a una dependienta y le preguntó dónde podían encontrarla. La chica señaló con la mano una estantería llena de series y Samuel se preguntó cómo es que no la habían visto. Fue hacia la estantería y vio la inconfundible caja rosa que contenía las seis temporadas. La cogió y se iba a dar media vuelta para marcharse cuando se fijó en un detalle. Paseó la mirada por las series que había expuestas y pudo ver algunas, como la propia Sexo en Nueva York, Mujeres desesperadas, Las chicas de oro o Ally McBeal, en la parte izquierda de la estantería. En la parte derecha, las series que se mostraban estaban dirigidas al público masculino, como El coche fantástico, MacGyver, El equipo A o Los hombres de Harrelson. Samuel se detuvo a pensar en la evidente diferencia que había entre unas series y otras, y no pudo evitar preguntarse si los hombres eran los únicos consumidores de acción y violencia mientras que las mujeres preferían las series que mostraban sentimientos. Le pareció un tópico y rechazó la idea. Al fin y al cabo, ellos estaban allí comprando Sexo en Nueva York para su amigo. Regresó a donde estaba César. Elías no tardó en volver. Había estado hablando con la dependienta sobre la serie, y la chica le dijo que estaba encantada de que los hombres la vieran.

-Me ha dado su número- dijo Elías mostrando un papel.

Genial. Sal con ella. Dale la oportunidad de que se dé cuenta de que la serie te importa una mierda y que sólo ha sido una treta para tirártela- dijo César resoplando- Aficionados. Si quieres llevarte una tía a la cama por medio de una mentira, vas a tener que currártela un poco más. Pero asegúrate antes de que valga la pena.

-Tíos, voy al servicio- dijo Samuel. Luego, le puso la caja a César en las manos- Id pagando.

-Joder, si hasta es rosa- dijo César mirándola con asco.

Elías y él fueron hasta una de las cajas de los almacenes y colocaron la serie en el mostrador. Elías miró a su amigo con cara de pena y César asintió.

-De acuerdo, yo te pago tu parte. Esto no te pasaría si buscases un trabajo de verdad.- dijo César sacando la tarjeta de crédito y su DNI.

La mujer que atendía la caja pasó la serie por el lector de código de barras. Le preguntó a César si tenía tarjeta de socio y él negó con la cabeza. Le comunicó el importe a pagar y César le tendió la tarjeta.

-Sí rellena este boleto puede entrar en el sorteo de unos Manolo Blanhik- le informó la cajera.

-Perdón, ¿cómo dice?

-Es un sorteo. El premio son unos zapatos de tacón- dijo la mujer.

Dos chicas que pasaban en ese momento por la caja se rieron por lo bajo y se alejaron sin dejar de mirar a César.

-Creo que voy a pasar- dijo César irónico.

-Son unos zapatos muy caros...

-Oiga, ¿quiere darme la tarjeta de una vez?- gritó César.

El guardia de seguridad de la planta se acercó para comprobar si había algún problema. La cajera le respondió que no mientras miraba a César con sorna y le devolvía la tarjeta.

En la quinta planta, Samuel entró en el servicio y fue directo a uno de los urinarios de la pared. Cuando terminó, se lavó las manos. Entonces, escuchó un ruido. Levantó la mirada y observó, a través del espejo que, tras él, uno de los servicios tenía la puerta entreabierta. Pensó que no debía mirar, así que agachó la cabeza de nuevo mientras se secaba con una toallita de papel, pero su curiosidad pudo con él. Disimuló que se miraba al espejo para arreglarse el pelo cuando vio que un hombre le hacía una felación a otro. Decidió que ya había visto suficiente cuando cayó en la cuenta de que conocía a aquel tío. Vio claramente a su amigo Tomás arrodillado en el suelo con la cara entre las piernas del desconocido. Samuel se sintió tan avergonzado que salió disparado por la puerta del servicio y bajó corriendo las escaleras. Cuando llegó a la segunda planta, sus amigos, que le estaban esperando, le preguntaron si todo iba bien. A juzgar por su cara, era evidente que no, pero ni Elías ni César insistieron.

Un par de días después, Samuel no se podía quitar la imagen de la cabeza. Habían quedado los cuatro en casa de Tomás para celebrar su cumpleaños. Su amigo les recibió con una copa de vino y brindaron a la salud del homenajeado.

-Bueno, ¿dónde está mi regalo?- dijo Tomás frotándose las manos.

-No sé si te lo mereces- dijo César tendiéndole el paquete.

-Claro que sí- dijo Tomás quitándoselo.

Cuando Tomás vio que el regalo estaba envuelto en un papel de los almacenes Ravel, por un instante se quedó paralizado, pero reaccionó quitándole importancia al hecho de que hubieran hecho la compra en el mismo sitio donde, por primera vez, había tenido un encuentro sexual furtivo. Cuando rasgó el papel y vio la inconfundible caja rosa de Sexo en Nueva York, miró extrañado a sus amigos. Elías dudó por un momento de la conversación que había escuchado, pero se repitió mentalmente que no se había equivocado.

-¿No te gusta?- dijo Elías para salir de dudas.

-Sí, me gusta- dijo Tomás contrariado- ¿Habíamos hablado alguna vez de la serie?

Elías le contó la conversación que había oído dos días atrás y supuso que sería un buen regalo.

-¿Cuándo lo habéis comprado?- preguntó Tomás temeroso ante la idea de que lo hubieran hecho el misma día en el que él había follado en el servicio de Ravel.

-¿Qué importa eso?- dijo Elías.

Samuel no podía mirar a Tomás. Sabía perfectamente por qué había hecho esa pregunta, pero no dijo nada. Se limitó a beber de su copa. Elías propuso ver un capítulo de la serie, más por seguir el consejo de César que por interés. Ante la indiferencia general, Tomás colocó el primer DVD en el reproductor y encendió la televisión. Estuvieron casi media hora viendo el piloto de la serie. Elías tomaba nota para utilizarlo en su cita con la dependienta. César miraba aburrido la pantalla y resoplaba de vez en cuando. Tomás no era capaz de observar el televisor y Samuel seguía con interés el desarrollo del capítulo. Cuando terminó, Tomás apagó la televisión con la idea de dar por terminada la sesión de Sexo en Nueva York.

-¿Qué os ha parecido?- dijo Elías intentando sacar algo para soltárselo a su cita y aumentar sus probabilidades de sexo.

-No entiendo cómo puede gustarte esta serie Tomás. Sólo son cuatro tías contándose chorradas.

-Que la tal Carrie quiera practicar el sexo como los hombres, según ella, sin sentir nada después, me parece un poco machista- dijo Samuel.

Tomás, que hasta ese momento estuvo callado deseando que sus amigos empezaran a hablar de otra cosa, levantó la cabeza y miró a su amigo.

-¿Machista? ¿Por qué?

-Le está negando al hombre la capacidad de sentir- dijo Samuel.

-No es machista. Por lo general, las mujeres se implican mucho más a nivel emocional en las relaciones que los hombres.

Samuel no entendía cómo un hombre que se acostaba con otros hombres podía afirmar una cosa como esa. No pudo evitar subir el tono de voz.

-Eso es una generalización. También hay mujeres que se acuestan con un tío y si te he visto no me acuerdo.

-¡Hombre! No faltaría que en pleno siglo veintiuno la mujer no pudiera follar cuando le viniera en gana.

La conversación se convirtió en discusión y los ánimos se iban calentando por momentos. Elías y César observaban a sus amigos discutir sin entender a qué venía tanta historia.

-No estoy diciendo que no puedan hacerlo- dijo Samuel visiblemente enfadado- digo que ni los hombres somos tan insensibles ni las mujeres tan entregadas.

-A ti lo que te pasa es que estás jodido por lo de Rita- dijo Tomás.

Samuel se levantó de su asiento y señaló a su amigo con el dedo.

-¿Qué sabrás tú, maricón?- gritó Samuel.

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