martes, 27 de abril de 2010

Capítulo 10: Superhombres (I)

Una semana después del entierro de la madre de Elías, los tres amigos fueron a visitarle a su casa. Se había tomado unos días de baja por defunción de un familiar y no había salido más que para consolar a su hermana y ultimar todo lo referente a la muerte de su progenitora. Tocaron en la puerta y esperaron a que Elías abriera. Como no abría, tocaron de nuevo. Al rato, un somnoliento Elías se dejó ver al otro lado de la puerta.

-¿Te hemos despertado?- preguntó Samuel dándose cuenta de la obviedad de la cuestión.

-No he dormido mucho en estos días- dijo Elías colocándose a un lado para dejar entrar a sus amigos.

Los cuatros se sentaron en el reducido espacio en el que vivía el teleoperador.
-¿Cómo estás?- dijo Tomás.

Por toda respuesta, Elías se encogió de hombros mientras miraba a su amigo sin expresión en el rostro.

-¿Has hablado con tu hermana?- dijo Samuel.

-Sí. No deja de llamarme. Quedamos a menudo. Desde que mi madre ha muerto no para de llorar y de repetir lo que la echa de menos. Viene a mí a desahogarse y luego se va.
Todos sus amigos asintieron.

-Puedes desahogarte con nosotros, si quieres- dijo Tomás.

-Estoy bien, de verdad- dijo Elías.

Pero el gesto se le quebró y unas lágrimas aparecieron en sus ojos. Se echó a llorar en silencio. Nadie diría que estaba llorando si no fuera por las lágrimas y el movimiento acompasado de sus hombros. Tomás se acercó y le abrazó. Samuel pensó que era la primera vez que veía a Elías llorando delante de él. César se removió en el asiento, incómodo. No le gustaba que la gente le pusiera en tesituras que no controlaba, y los sentimientos de los demás era una de ellas. Cuando se hubo calmado, charlaron durante un rato antes de que decidieran irse. Ya en la calle, Samuel comentó sus pensamientos con sus amigos.

-¿Os dais cuenta de que, a excepción de Tomás y de Elías, hoy, nunca nos hemos visto llorar?- dijo.

-¡Eh! ¿Qué insinúas?- dijo Tomás enfadado.

-No, no me malinterpretes. Lo digo de forma negativa. Todos deberíamos habernos visto llorar en alguna ocasión. ¿Por qué creéis que será?

-Supongo que llorar es mostrar debilidad, y eso no es propio “de hombres”- dijo Tomás haciendo el gesto con las manos.

-Claro que no- dijo César.- Y, además, a ellas no les gusta.

-¡Por supuesto que sí!- dijo Tomás.- A las mujeres les gusta el hombre sensible.

-Ése es el rollo que te venden, pero en realidad lo que todas buscan es protección. Si no te lo crees, pregunta qué esperan ellas de un tío. ¡Verás cómo todas dicen eso!

Samuel se quedó pensando en las palabras de su amigo. ¿Era cierto que todas las mujeres querían un guardaespaldas en su vida que las hiciera parecer Whitney Houston? ¿Dónde había quedado la mujer fuerte e independiente que se había alzado como nuevo modelo de feminidad? A Samuel se le ocurrió que, hasta esas mujeres, necesitan de un momento de debilidad. Sin embargo, el hombre no tenía ni un momento de descanso.
César y Tomás se fueron a un bar a tomar una caña. Samuel se despidió de ellos alegando que debía levantarse temprano. En realidad, lo que quería era consultar al informático de la biblioteca. Le llamó por teléfono desde su casa, disculpándose por la hora.

-Necesito que me hagas un favor- dijo Samuel.

Mientras terminaban de beber, un hombre se acercó a ellos. Saludó a César. Éste le reconoció inmediatamente. Era Ángel Ortiz, un antiguo compañero suyo que se había pasado a la competencia. Al irse de la empresa, se llevó con él algunos secretos de las nuevas campañas publicitarias que luego plagiaron legalmente.

-¡Qué sorpresa!- dijo Ángel.- ¿Qué tal el trabajo? He oído que no muy bien. ¿Es cierto?

César se limitó a beber sin mirarle siquiera. Tomás se percató de la incomodidad de su amigo.

-César, ¿nos vamos?- dijo Tomás apurando su caña.

-¿Y éste quién es? ¿Tu novio?- dijo Ángel riéndose.

Todo el bar se volvió hacia ellos.

-Haz el favor de dejarnos en paz si no quieres que te parta la cara- dijo César.

-O sea, que es tu novio. Yo siempre supe que eras de la acera de enfrente- dijo Ángel metiendo cizaña.

Instintivamente, Tomás se acercó a él y levantó su brazo para darle un puñetazo en la cara al insolente, pero César le detuvo.

-Veamos cuánto de macho tienes tú- dijo el publicista.- ¿Te hace una competición? El que beba más tiene que salir a la calle con los pantalones bajados.

A Tomás su propia reacción le pareció violenta y ridícula, pero la proposición de su amigo le dejó atónito.

-¡Qué gilipollez!- dijo Ángel.

-¿Qué te pasa? ¿Tienes que tragarte tus propias palabras?- dijo César.- ¿Eres tú el de la acera de enfrente?

A Tomás no le hacía ni puñetera gracia que utilizaran la homosexualidad como algo descalificativo, pero no dijo nada. Comprendió que su amigo sabía que Ángel no podía soportar la humillación de la vuelta de las tornas y que accedería. Pero no veía en qué salía ganando.

El camarero puso una hilera de chupitos en la barra previo pago. César le contó a Tomás que había visto hacerlo en aquel bar muchas veces y el camarero había optado por cobrar antes, porque después ninguno de los contrincantes recordaba ni cómo se llamaba.

-¿Y aún así lo vas a hacer? Me parece una estupidez- dijo Tomás en voz baja.

-Oye, este es uno de mis bares favoritos y no voy a dejar de venir porque un gilipollas me haya llamado maricón delante de todo el mundo. Tal vez tú puedas vivir con eso pero yo no.

Tomás no sabía ni sentir pena por su amigo o soltarle una bofetada de esas que te duele la mano después. Aquel reto era tan americano que pensó en lo influenciado que estaba el mundo por las tonterías yanquis. Se apartó a un lado y se sentó en un taburete a esperar a que acabase aquel lamentable espectáculo. César y Ángel empezaron a beber chupito. Se suponía que ganaba el que más chupitos tomara, siendo uno entero de diferencia suficiente para alzarse con la victoria. Al principio, Tomás les miraba aburrido, pero a medida que iban bebiendo, se sorprendió a si mismo animando a su amigo. Iban empate cuando Ángel dejó de beber. Se agarraba a la barra para no caerse mientras miraba el próximo vaso. Sin poder evitarlo, su cuerpo cayó al suelo, donde fue atendido por los que estaban alrededor. César supo que aquella era su gran oportunidad para ganar. Cogió el vaso de chupito y se lo puso delante de la boca. Cogió aire con fuerza y tragó lentamente, pero se lo bebió. Puso el vaso en la barra y levantó los brazos en señal de victoria. Acto seguido, se mareó y se apoyó en el taburete. Tomás, extrañamente alegre, le cogió y le ayudó a salir del bar.

-Espera, quiero ver a ese capullo salir sin pantalones- dijo César con dificultad. Apenas se le entendía.

-¡Pero si está en el suelo! La próxima vez que le veas se lo dices y así tendrá que hacerlo sobrio. Será más vergonzoso.

-¿Qué?- dijo César sin entender nada.

-Vamos a casa.

Tomás llevó a César a su casa y le acostó en la cama mientras su amigo no decía otra cosa que incongruencias. Mientras le quitaba los zapatos, César levantó su mano, señalando a su amigo.

-Eres muy guapo. En serio, lo eres. ¡Qué cabrón!

Tomás se acercó al oído para despedirse cuando César le sorprendió besándole en la mejilla.
Por la mañana, Samuel entró en internet y se metió en la página de su biblioteca. Sabía que aún era pronto para tener muchos resultados, pero aún así quiso comprobarlo. La noche anterior había llamado al informático para que pusiera un formulario con una pequeña encuesta. Decía así.

Sólo para chicas
¿Qué buscas en un hombre?
A)Sensibilidad
B)Protección
C)Inteligencia
Sólo para chicos

¿Qué crees que buscan las mujeres en un hombre?
A)Sensibilidad
B)Protección
C)Inteligencia

A pesar de que, como sospechaba, había pasado muy poco tiempo entre que el informático había puesto la encuesta y ese momento y considerando, además, la poca cantidad de gente que usaba el portal de la biblioteca, a Samuel le pareció que mucha personas habían contestado. Y se sorprendió cuando vio que, en la primera pregunta (sólo para chicas), las respuestas estaban muy equilibradas. Pero en la segunda (sólo para chicos), la mayoría había elegido la B como la mejor opción. No era que ella buscaran protección, que las había, sino que nos habían enseñado que eso era lo principal que debíamos aportar a la relación. Samuel imprimió la hoja para enseñársela a César la próxima vez que le viera.
En casa de César, sonó el teléfono. El publicista pegó un brinco. Cogió el auricular y se lo puso como pudo en la oreja. Le dolía mucho la cabeza.

-¿Sí?

-Soy Elías, ¿te he despertado?

-Más bien.

-Era para decirte que si me prestabas tu coche. Necesito llevar a mi hermana a un sitio.

-De acuerdo. Pasa por aquí y te doy las llaves- dijo antes de colgar sin despedirse.

Se llevó la mano a la frente antes de darse la vuelta para seguir durmiendo. Al tumbarse de costado, su mano cayó sobre el torso de alguien. César abrió los ojos asustado y casi se cae de la cama cuando vio que a su lado dormía Tomás.

miércoles, 21 de abril de 2010

Capítulo 9: Los chicos no lloran

Después del incidente de la fiesta de la piscina, Samuel se dio cuenta de que jamás había visto llorar a sus amigos a excepción de Tomás, que no tenía ningún reparo en mostrar su tristeza de la forma más natural que tiene el ser humano: con lágrimas. Luego pensó que sus amigos tampoco le habían visto a él llorando. Ni siquiera cuando Rita le dejó. Hubiera sido un buen momento para expresar su dolor pero no se permitió derramar ni una sola lágrima, y menos delante de sus amigos. Se preguntó por qué. Sin tener que pensarlo demasiado, dio con una respuesta sencilla pero abrumadora a la vez: a los niños no se les educaba para que mostrasen ciertos sentimientos y el llanto era sinónimo de debilidad. Y un hombre debía ser fuerte. Samuel quiso saber si aquél rasgo de la masculinidad mal entendida se daba en todas las cultural, así que se acercó a su ordenador y se conectó a internet. Jamás había usado aquella herramienta de información con tanta asiduidad con la que lo estaba haciendo desde que descubrieron la homosexualidad de Tomás. Samuel pensó que aquel hecho no sólo los había convertido en mejores amigos, sino que le había obligado a plantearse muchísimas cosas que hasta aquel momento no se le habían pasado por la cabeza.
Fue introduciendo algunas órdenes de búsqueda y navegando por las páginas, evitando lo que en documentación se conoce como “ruido”. Al ser experto en el tema, Samuel sabía que la cantidad de información era tan grande que debía evitar aquellas entradas que supusieran una pérdida de tiempo al no contener información relevante que le sirviera para su particular investigación. Pronto descubrió un artículo que exploraba las concepciones de la masculinidad a lo largo del planeta y encontró algunos hechos que le sorprendieron. Según el estudio, en algunas regiones, los ritos para alcanzar la edad adulta y convertirse en un verdadero hombre eran realmente salvajes, torturas en las que los jovencitos no podían demostrar ningún tipo de dolor. Sólo así se convertían en auténticos hombres. Mientras iba leyendo, respiró aliviado por la suerte que había tenido al nacer en España. Pero, al final de la página, se daba una conclusión bastante inquietante. A pesar de que los ejemplos escogidos eran extremos, el estudio explicaba que en la mayor parte del planeta, la masculinidad se entendía como algo que hay que alcanzar y que es independiente de la anatomía de los hombres.
Samuel se echó hacia atrás y puso las manos detrás de la cabeza, entrelazando los dedos. Recordó cómo de pequeño su madre le insistía en que era muy importante cumplir con el servicio militar, pues era la única manera de convertirse “en un hombre”. Por lo tanto, a pesar de haber nacido en España, Samuel había sufrido una educación que le había sesgado algunos rasgos humanos por el simple hecho de haber nacido varón.
En su oficina, César recibió la llamada de su jefe. Había estado temiéndola durante todo el día y, a esa hora, ya pensaba que quizás no se produciría. El impacto de sus tres últimas campañas publicitarias había sido nulo, y en aquel mundo tan feroz y competitivo, podía significar quedarse en la calle. César fue hasta el despacho de su jefe y cerró la puerta tras él. Luis le indicó con una mano que se sentara y él obedeció. Aquel gesto sin palabras era augurio de algo negativo. Luis estuvo una hora dándole un sermón a su empleado sobre la política de la empresa y sus valores, hasta que al final decidió que le daría una oportunidad a su mejor empleado porque había tenido muchos más éxitos que fracasos. Sin embargo, le hizo saber que sospechaba que su talento creativo se estaba agotando. César salió del despacho hecho una furia. Se sentía avergonzado, humillado y dolido. Pero, en lugar de encerrarse y echarse a llorar para aliviar la tensión y liberar sus sentimientos, empezó a golpear todo lo que tenía alrededor. Cuando entró su secretaria, asustada por el ruido, César le gritó que se largara, y luego tiró un pequeño pisapapeles contra la puerta. Al momento se arrepintió de pagar su frustración con su secretaria pero algo le impedía salir y pedirle perdón. César se quedó allí encerrado hasta que todo el mundo se había ido.
Tomás había quedado con su amigo Daniel para explicarle lo que había ocurrido en la fiesta. No había querido contárselo por teléfono. Por alguna razón, le daba vergüenza no ver su reacción. Cuando llegó a la cafetería, Daniel ya le estaba esperando mientras tomaba un café solo. Tomás pidió un té con limón y se sentó frente a su amigo. Después de preguntarse cómo estaban, el actor le explicó el desagradable incidente de la fiesta. Daniel no daba crédito a lo que estaba oyendo y se culpó por haberles presentado.

-No es culpa tuya- dijo Tomás.

-Sí, yo no sabía que estaba hablando de tu amigo. Me dijo que si había oído hablar de un tipo que había en la fiesta, atractivo y sin pluma. No sé por qué pensé en ti inmediatamente. No se me ocurrió que podía estar hablando de tus amigos heteros.

-¿Y por qué pensaste en mí? Había muchos gays en la fiesta- preguntó Tomás extrañado.

-Sí, pero tú eres el único sin nada de pluma. Eres un auténtico machote- dijo Daniel riéndose.

Tomás sonrió pero por dentro pensó que no sabía exactamente qué significaba eso. Él no se consideraba más hombre que el resto de los homosexuales y tampoco sabía qué hacía a un hombre más macho que otro. Pensó en sus amigos de toda la vida. Al ponerlos los tres en fila en su mente, inmediatamente identificó a César como el más masculino de todos ellos. Se preguntó por qué. César tenía los rasgos más marcados de los cuatro, era competitivo, fuerte, atlético, agresivo, seguro de sí mismo, triunfador, mujeriego. Cuando Tomás se dio cuenta de que no había definido a su amigo con ningún adjetivo que mostrara sensibilidad o corazón, se asustó. ¿Qué les habían inculcado sus padres? ¿Era por eso por lo que la gente pensaba que los gays eran menos hombres que los heterosexuales?

-¿Te pasa algo?- dijo Daniel.

Tomás se dio cuenta de que tenía la boca abierta y los ojos entrecerrados. Miró a Daniel con una falsa sonrisa.

-No, nada.

Ajeno a todo esto, Elías estaba en su casa tirado en el sofá mientras veía la televisión, uno de sus pasatiempos favoritos, cambiar de canal sin ton ni son sin llegar a ver ningún programa más de cinco minutos. Estaba entretenido apretando los botones de su mando a distancia cuando sonó su teléfono móvil. Miró la pantalla y vio el nombre de su hermana. Con un suspiro, abrió la tapa del teléfono y lo colocó junto a su oído.

-¿Sí?

Al otro lado, Elías solo podía oír unos gemidos ahogados. Se incorporó en el sofá como impulsado por un resorte.

-¿Luisa? ¿Luisa, estás bien?- dijo Elías preocupado.

-Elías...- fue lo único que pudo decir su hermana antes de echarse a llorar, esta vez sin ningún pudor.

-Luisa, me estás asustando. ¿Qué pasa?- dijo Elías alterado.

-Mamá ha muerto- dijo Luisa de un tirón antes de llorar desconsoladamente.

Elías se quedó paralizado mientras asimilaba la información. Su madre, relativamente joven, había muerto sin que él pudiera decirle nada de todo lo que siempre se había quedado en el tintero. Sobre todo, se arrepentía de no haberle dicho que la quería más a menudo, y planeó por su cabeza la duda de si su madre sabía lo mucho que él la quería. Cuando colgó el teléfono después de quedar más tarde con su hermana, Elías lo dejó a su lado en el sofá y apagó la televisión. Se quedó allí sentado sin mover un músculo mirando al infinito. Estaba destrozado por dentro, pero no había más señal de su dolor que su aparente estado vegetativo.

lunes, 19 de abril de 2010

Capítulo 8: Fiesta en la piscina

Antes de que se fueran de la casa de Samuel, Tomás les anunció que estaban todos invitados al día siguiente a una fiesta en la piscina de un amigo actor. Todos los años, su amigo organizaba una fiesta para despedir el final del verano. Daniel y Tomás se conocían desde hacía muchos años, cuando ambos entraron a estudiar arte dramático en la RESAD. Ahora, Daniel llevaba cinco años con un papel principal en una serie de éxito que le había permitido comprar una casa a las afueras que aún estaba pagando. Y que tardaría mucho en terminar de pagar. Sin embargo, desde que la adquirió tuvo claro que, una vez al año, aprovecharía su situación para montar una buena fiesta y se le ocurrió que el final del verano, como la canción, era una buena excusa.

-¿Cómo es que nunca nos has invitado antes?- dijo Elías.

Tomás sabía que esa pregunta se le ocurriría a alguno, pero no podía dejar de lado a sus amigos de toda la vida en más aspectos de su vida.

-Daniel es gay. Y casi todos sus amigos son gays.

-¿Quieres decir que los únicos heteros vamos a ser nosotros?- dijo César con los ojos muy abiertos.

-Y la mayoría de las mujeres que vayan- afirmó Tomás.

-Me apunto- dijo Elías.

-Y yo- dijo Samuel.

-No podemos ser tan desconsiderados como para rechazar la invitación de tu amigo- dijo César sonriendo forzadamente.

Ya- dijo Tomás.

Se despidieron hasta el día siguiente. César había hecho en un momento la planificación del viaje. Calculó en segundos cuánto tiempo tardaría en recoger a cada uno de sus amigos y cuál era el mejor orden de recogida. Al final, decidió que pasaría primero a por Elías, luego a por Tomás y, por último, recogería a Samuel porque su casa estaba más cerca de la carretera que debían tomar.
Cuando se quedó solo, Samuel se sentó frente al ordenador para buscar información en internet sobre el modelo masculino tradicional que tantos quebraderos de cabeza habían causado a hombres y mujeres a lo largo de la existencia. Modelo por el que, por otro lado, habían sido educados y, por lo tanto, actuaban siguiendo sus dictados aunque no fueran conscientes de ello. Descubrió algunas páginas donde ofrecían bibliografía que trataban aquellos temas, y se conectó al catálogo en línea de su biblioteca para ver si disponían de ejemplares de aquellos libros. Colocó el título en el formulario de búsqueda, en el campo del mismo nombre, y comprobó que sí tenían dichos libros. Apuntó las signaturas para poder localizarlos y guardó el papel con la intención de sacarlos en préstamo el lunes a primera hora, en cuanto entrara por la puerta.
Al día siguiente, César apareció con el resto de sus amigos a las once en punto, tal y como había dicho. Recorrieron durante cuarenta minutos el trayecto que les separaba de la casa de Daniel. Cuando llegaron, ya había mucha gente allí. Y, sobre todo, muchas mujeres. Tomás entró el primero y fue saludando a casi todo el mundo, la mayoría hombres a los que saludaba con besos en los labios, pequeños picos que se daban antes de un buen abrazo. Samuel sintió envidia. Los homosexuales se habían despojado de todo signo de masculinidad tradicional y se mostraban afecto de verdad, físicamente. Eso es en lo que iba pensando la semana anterior cuando habían salido a tomar unas copas y había observado que el alcohol desinhibía a sus amigos hasta el punto de mostrase cariño. Aquellos hombres lo hacían como algo natural, tal vez porque, como ese comportamiento estaba asociado a la homosexualidad, lo habían adoptado reafirmando así su condición. Samuel supo que hasta que los heterosexuales aprendieran a restarle importancia al hecho de que pudieran confundirlos con homosexuales, aquellas pautas de comportamiento estaban vetadas. Sin embargo, luego se le ocurrió pensar en lo que le pasaría por la cabeza a una supuesta novia suya si saludaba a sus amigos de aquella manera. ¿Lo permitiría? ¿Comprendería la amistad tan sana que tenían? ¿O saldría corriendo horrorizada pensando que aquello no era normal?
Cuando llegaron a donde estaba Daniel, Tomás presentó a sus amigos. Después de unas palabras de cortesía, les indicó dónde podían dejar su ropa. Mientras caminaban hacia una habitación, César cogió a Tomás por el brazo.

-¿Hay que estar todo el día en bañador?- dijo asustado.

-Claro. Es una fiesta en una piscina ¿qué esperabas?- dijo él sin entender.

-No pienso estar todo el día en bañador delante de un montón de maricones- dijo.
Tomás le miró con rabia. Se arrepintió de haber traído a sus amigos.

-Puedes irte si te da la gana- dijo Tomás quitándose los pantalones y la camiseta y quedándose con un bañador corto de color rojo.- Yo me voy con mis amigos los maricones.

Tomás salió por la puerta y dejó a los otros tres sin saber qué hacer.

-Eres un capullo- dijo Elías.- Nos trae aquí para que conozcamos todo lo que nos ha ocultado durante años y tú tienes que abrir la bocaza.

-Es todo por su ego- se unió a Samuel a la protesta- Se cree tan guapo que todos van a caer rendidos a sus pies.

César se puso rojo de vergüenza y agachó la cabeza, consciente de que había herido los sentimientos de su amigo y había cabreado a los otros dos. Elías y Samuel salieron de la habitación con un bañador tipo bóxer y uno tipo slip, respectivamente. César cogió aire y supo que no debía ofender más a Tomás con su marcha, así que sacó fuerzas y se quitó la ropa. Su bañador, parecido al de Tomás pero de color verde manzana, se lo había comprado la tarde anterior especialmente para la ocasión. Salió de la habitación y caminó hasta llegar a la piscina. Mientras buscaba a sus amigos con la mirada, notó que muchos hombres le miraban descaradamente. Se dijo para sí que aquello era normal y que no debía darle más importancia de la que tenía. Vio a sus amigos donde se habían encontrado antes con Daniel y se acercó a ellos con una sonrisa forzada. Tomás le miró y le perdonó con la mirada, consciente del esfuerzo que estaba haciendo su amigo por integrarse. Menos mal que le había contado antes el problema de sus amigos a Daniel, que actuó rápidamente. Los llevó hasta un grupo de mujeres, amigas suyas, y los presentó. Cinco minutos después de haber roto el hielo, ninguno se sentía fuera de lugar, ni siquiera César, que ya estaba desplegando todos sus encantos. Dos horas después, la fiesta estaba muy animada, el alcohol había eliminado cualquier resto de incomodidad y todo el mundo se divertía.
Un hombre se acercó a Samuel y le preguntó dónde había comprado el bañador, que era muy bonito. El bibliotecario se sinceró y confesó que había sido obra y gracia de su amigo Tomás, y le señaló con el dedo. Luego, el hombre se presentó y dijo que se llamaba Leandro. Trabajaba como maquillador para una conocida firma de cosméticos. Samuel explicó que él era bibliotecario.

-¿Eres gay?- dijo.

-¿Yo? No, no- contestó Samuel.

-Pues estoy seguro de que hoy se te van a acercar muchísimos- dijo Leandro.

-¿A mí? ¡Qué va!- dijo Samuel riendo.- Aquí hay muchos hombres más guapos que yo.

-Sí, pero ellos no tienen tu carta de presentación- dijo Leandro señalando su entrepierna con la mirada antes de irse.

A pocos metros, Elías y César hablaban y se reían con un grupo de mujeres. Ellas se tiraron al agua jugueteando y los dos amigos se tiraron detrás de ellas haciendo que las perseguían. Las mujeres gritaban divertidas y salieron de la piscina para evitar que las cogieran. Luego salió Elías, seguido de César. Cuando llegó al borde, César notó que todas las chicas se fijaban en él y se sintió henchido de orgullo. Pero al agachar la cabeza para sacudir el pelo, se fijó en que su bañador no ocultaba nada de lo que se suponía tenía que esconder. La humedad y el claro color de su traje de baño no dejaba nada a la imaginación. La mujeres que le miraban empezaron a reírse por lo bajo. César se metió de nuevo en el agua y le pidió a Elías que le trajera una toalla. Notó cómo se ruborizaba. Un hombre que andaba cerca, fue hasta allí y se dirigió al grupo femenino.

-Debería daros vergüenza. No hay nada de lo que reírse. ¿Acaso nos reímos nosotros porque se os noten los pezones a través de la tela o los labios?- dijo el hombre con el descaro con el que sólo un homosexual sabe dirigirse a una mujer.

La chicas se alejaron de allí y Elías le tendió una toalla a su amigo, que pudo por fin salir del agua.

-Gracias- dijo César.

-De nada. Es que estoy harto de que todo el mundo considere que el cuerpo femenino es más bonito y que se hizo para mostrarlo, mientras que los hombres tenemos que ocultar el paquete. ¡Y no digamos ya si tienes una erección!- dijo el hombre visiblemente enfadado.

Luego, se marchó dejando a Elías y a César pensando en lo que acababa de decir. Y ambos sabían que tenía razón.
Al otro lado de la fiesta, y ajeno a lo que pasaba con sus amigos, Tomás hablaba con un amigo que Daniel le había presentado. Era el hermano de su nuevo representante, Alex, con el que había congeniado muy bien y que tantas veces le había dicho al actor que tenía que presentárselo. Llevaban ya una hora hablando y Tomás pensó que Daniel tenía muy buen gusto con los tíos. Estaba encantado de que se lo hubiera presentado y esperaba terminar con él la fiesta. Acababa de pensar en la posibilidad de irse con él cuando Alex le cogió de la mano y se lo llevó al interior de la casa bajo la mirada aprobatoria de Daniel. Allí, en una habitación, comenzaron a besarse y su excitación se tornó visible a través de la fina tela de sus bañadores. Tomás notó como la dureza de Alex era bastante extensa. El amigo de Daniel le quitó el bañador y cogió el pene con la mano derecha. Al instante, se separó de Tomás y miró su miembro.

-¿Ya está? ¿Esto es todo?- dijo Alex.

Tomás no se había sentido más avergonzado en toda su vida. Su tamaño nunca había supuesto un problema para nadie.

-¿Cómo dices?- dijo él esperando haberle malentendido.

-Me dijeron que estabas bien armado. ¿Eres amigo de Daniel o le acabas de conocer?

-Soy su amigo- dijo sin entender lo que estaba pasando.

-¿Pero tú eres bibliotecario?- dijo Alex.

Tomás lo entendió todo. Estaba claro que, en una fiesta llena de homosexuales, un paquete como el de Samuel no había pasado desapercibido. La voz se había corrido y le habían confundido con su amigo. Pero no entendía cómo Alex no se dio cuenta con sólo echar un vistazo a su entrepierna, aunque ni iba a preguntárselo. Bastante vergüenza estaba pasando ya. Tomás salió de la habitación después de subirse el bañador con la intención de buscar a sus amigos para largarse de allí cuanto antes. Los tres respiraron aliviados cuando el actor les anunció su retirada. De vuelta en el coche de César, Tomás se echó a llorar de la vergüenza.

-¿Qué ocurre?- dijo Samuel- ¿Estás bien?

Tomás hizo acopio de todo el valor que tenía y les contó lo sucedido. Sus amigos se quedaron un rato callados hasta que Elías le dio un golpe al hombro de Samuel.

-Tu polla nos va a traer problemas a todos- dijo el teleoperador.

Los cuatro empezaron se rieron y se animaron a contarse lo que les había pasado a ellos en la fiesta, jurando que había sido la experiencia más surrealista de toda su vida. Tomás se olvidó de su mal trago al escuchar la historia de César y las chicas o la de Samuel y su carta de presentación. Miró a Samuel y, con los ojos, le dio las gracias por haber convertido la relación de los cuatro hombres en una amistad verdadera.

domingo, 18 de abril de 2010

Capítulo 7: Modelos

Una semana después de su última salida, los cuatro amigos quedaron en la casa de Samuel por iniciativa suya. Invitó a sus amigos por dos razones. La primera era la precaria situación económica de Elías, que no se podía permitir comer fuera, y la segunda, la experiencia anorgásmica que había tenido. Intentó buscar el momento adecuado mientras estaban sentados alrededor de la mesa de su comedor repartiendo la lasaña que había preparado. Sus amigos le habían preguntado qué tal le había ido con la chica, felicitándole por haber ligado con una mujer tan joven. No fue capaz de explicar lo que sintió. La conversación derivó hacia otros derroteros y César acabó explicándoles lo que le estaba costando negociar con el representante de Beckam para que protagonizara un anuncio de un producto de uso masculino que, por su experiencia en publicidad, sabía que compraban las mujeres para sus novios o maridos. Tomás dejó el tenedor a un lado y se puso a pensar en cómo convencer a su amigo de que le permitiera asistir al rodaje del anuncio sin que se le viera el plumero.

-Ese tío gana más pasta en publicidad que como jugador de fútbol- dijo Elías.

-Espera- dijo Samuel- ¿Estás diciendo que contratáis a Beckam porque les gusta a ellas?

-Es que está muy bueno- se le escapó a Tomás.

Sus amigos le miraron y él se despidió mentalmente de su sueño de conocerle en persona. César jamás le permitiría estar en el rodaje después de una confesión como aquella. Conocía a su amigo, era muy profesional y pensaría que Tomás actuaría como una desquiciada quinceañera.

-¿Sabes? Me alegro de que seas marica- dijo César- Por fin nos vamos a enterar de qué ven las tías en él.

De cualquiera de sus amigos, aquellas palabras habrían sido como insultos. Pero viniendo de César, significaba que ya había terminado por aceptarle y que estaba empezando a ver su homosexualidad como algo positivo, aunque fuera por su propio interés. Miró a sus amigos y vio que los tres le observaban con intensidad, quietos como los mimos de la calle, esperando su respuesta.

-Es muy guapo- dijo Tomás sin saber qué responder para contentar a sus amigos.

-Eso ya lo sabemos- dijo Samuel.

-No sólo es su físico- dijo Tomás- También es lo que representa. Es un nuevo modelo de hombre, que cuida su aspecto y tiene sensibilidad.

-¿Y eso cómo coño lo sabes?- protestó César.- ¿Sólo porque un tío tiene los ojos azules y la piel blanca ya es sensible?

-Ese tipo de comentario no lo hubiera hecho Beckam- sentenció Tomás.

César se revolvió en el asiento y pinchó un trozo de su pasta. Se la tragó con furia mientras esperaba a que alguien dijera algo.

-Bueno- dijo finalmente Samuel- Estarás de acuerdo conmigo en que la figura del futbolista es un modelo que antes se asociaba a los homosexuales.

-Ya, por eso se han apresurado a definirlos como metrosexuales. Es decir, viste y compra como un gay y haz el amor como un hetero.

-¿Pero por qué tenemos que parecer maricones?- dijo César notablemente enfadado.
Todos se volvieron hacia él y le regañaron con la mirada. A veces no comprendían cómo podía ser tan bruto y acostarse con tantas mujeres.

-La mujer ya no quiere un hombre como tú a su lado, sólo lo quiere para follar- dijo Tomás.

-Por mí estupendo- dijo César sonriendo.

Pero no era cierto. En el fondo quería, algún día, encontrar una mujer con la que poder sentar la cabeza y formar una familia. Era tradicional hasta para eso.
-Entonces, ¿tenemos que depilarnos los huevos y todo eso?- preguntó Elías ante la atónita mirada de sus amigos.

-Eso es decisión personal- dijo Tomás.

-¿Tú te depilas?- quiso saber Elías.

Era evidente que Tomás se depilaba otras partes de su cuerpo, ya que siempre estaba completamente rasurado, pero aquella parte íntima de su anatomía era un secreto para sus amigos.

-Eso no te importa- dijo Tomás avergonzado.

-Oye, hicimos un trato- dijo Elías- No es una pregunta para cotillear sino por interés. Llevo tiempo pensando en hacerlo.

Tomás suspiró y asintió con la cabeza antes de abrir la boca.
-Sí. Me depilo.

-¿Y cuál es la diferencia?- dijo Elías.

-Pues la zona mejora en accesibilidad ¿me entiendes?- dijo el actor.

Todos asintieron aunque la pregunta era para Elías. La idea de aumentar el placer del roce en los testículos era suficiente incentivo para dejarse de remilgos.

-Claro que a todas nos les gusta- dijo Tomás.

-¿Todas? ¿Las mujeres dices?- preguntó Elías.

-No, las vacas. ¡Claro que las mujeres!- contestó Tomás.

-¿Qué quieres decir?- dijo Samuel

-Que a algunas les van los tíos que se cuidan pero que no parezcan... – Tomás se calló de pronto y miró a César.

-¿Gays?- dijo él.

Tomás asintió. Todos comieron en silencio durante un rato sin saber qué decir.
A este tipo de tío se le llama übersexual. Sería algo así como George Clooney- dijo finalmente Tomás.

-¡Joder! ¡Así no hay quién se aclare!- dijo César.

Samuel pensó en las clasificaciones de los hombres y de dónde provenían. Tenía claro que antes sólo había un tipo de hombre que había ido desapareciendo gracias a los movimientos feministas. Pero ahora, el sexo masculino estaba perdido. Había varios modelos que no contentaban ni a ellas ni a ellos. Samuel llegó a la conclusión de que todo se resumía a la antigua concepción de la masculinidad que tenían ambos sexos. El bibliotecario se prometió que investigaría aquel tema hasta que encontrara una respuesta satisfactoria.

jueves, 15 de abril de 2010

Capítulo 6: Ellos también fingen

Por la noche, más animados después de las copas que se habían tomado, decidieron ir a un pub a tomar la última. La única manera en la que los hombres muestran su afecto físicamente es cuando el alcohol ha mellado su inhibición. Se abrazan, se pasan la mano por los hombros e incluso juguetean entre ellos. El resto de las veces a los más que llegan es a darse unas palmadas en la espalda, salvo en ambientes deportivos, donde se atreven incluso a golpear suavemente el culo de su compañero de equipo. Samuel iba pensando en todo eso mientras caminaba un poco rezagado del grupo para observarles mejor. No podía entender por qué les habían educado para esconder sus sentimientos hacia los amigos y no mostrarlos más allá de un frío saludo. Supuso que todo era debido al miedo del hombre heterosexual a que lo etiquetaran de gay y se preguntó desde cuando una postura tan antinatural se había adueñado de las convenciones sociales. Cuando era pequeño, él tenía un perro, al que llamaban Sam, abreviatura de su propio nombre. Su perro jugaba con los demás canes de su barrio retozando alegremente, se revolcaban por el suelo, se olían todo el cuerpo (incluido el culo), y nadie parecía alarmarse. Sin embargo, si un hombre demostraba abiertamente su afecto por una persona de su mismo sexo, sin que mediara ninguna atracción, se le clasificaba inmediatamente como homosexual. Y como la homosexualidad se consideraba la antítesis de la masculinidad, pues los hombres procuraban mostrarse lo menos cariñosos posible. Poco a poco, afortunadamente, eso estaba cambiando, pero Samuel no pudo evitar pensar en la suerte que tenían las mujeres de poder mostrar su cariño por otra mujer sin que fuera algo negativo, y eso, concluyó, favorecía sus relaciones y las convertía en personas más humanas y empáticas.
Entraron en un bar bastante animado y fueron directamente a la barra para pedir las bebidas. A la izquierda, al fondo del local, había una diana electrónica, y Elías propuso que echaran una partida. Él era un ferviente seguidor y practicante de aquellos deportes donde la actividad física brillaba por su ausencia. Los dardos, el billar y el futbolín no tenían secretos para él. A pesar de que sabían de antemano quién iba a ganar, aceptaron la proposición de su amigo y fueron hasta la máquina. El primero en tirar fue Samuel. De los tres intentos que tenía no consiguió clavar ninguno de los dardos. A él se le daban mejor los juegos de mesa como el trivial pursuit o el scatergories, cualquier cosa que no implicara destreza física. Se apartó de la zona de tiro con la cabeza agachada esperando que nadie hubiera visto su estrepitoso fracaso. Sin embargo, una mujer se le acercó y le tocó el hombro. Cuando levantó la vista, vio a una joven con el pelo largo y moreno y unos ojos de color castaño que le miraban interrogantes.

-Perdona- dijo la mujer- Tú eres bibliotecario ¿verdad?

Samuel se sorprendió de que la mujer supiera a qué se dedicaba. Intentó recordar su cara, su cuerpo paseando por los pasillos de la biblioteca en busca de algún libro, pero no pudo.

-¿Te conozco?- dijo él.

-Bueno, no exactamente. Solía ir mucho a la biblioteca cuando era estudiante. Hace casi un año y medio que no voy.

-¿Y te acuerdas de mí?- preguntó Samuel arrepintiéndose inmediatamente de extrañarse de que una mujer le guardara un lugar en su memoria. Daba muy mala impresión.
La mujer se rió y le miró con ternura. Luego se presentó. Se llamaba Nuria y había estudiado derecho. Trabajaba como becaria en una gran empresa, intentando hacer méritos para que la contratasen. Estaban hablando distendidamente cuando Elías se acercó y le comunicó que era su turno tendiéndole los dardos. Samuel le asesinó con la mirada para después declinar cortésmente la oferta. Pero su amigo insistió.

-Estoy hablando- dijo Samuel señalando a Nuria.

-Hola. Soy Elías.

-Nuria

Samuel se disculpó por su falta de modales y le dijo a la joven que le disculpara un momento, que tenía que lanzar los dardos o sus amigos no se lo perdonarían jamás.

-No te preocupes, ve. Acaba la partida. Estoy ahí con mis amigas- dijo ella señalando a unas chicas.

Quince minutos después, Elías se hizo, por fin, con el triunfo, y Samuel se alejó de sus amigos para volver a hablar con Nuria. Sin embargo, sus amigos le siguieron y se auto-presentaron. Empezaron a hacer grupos donde charlaban animadamente mientras bebían. Después de un buen rato, y comprobando que Samuel no captaba sutilezas, Nuria se acercó y le besó suavemente en los labios.
Dos horas más tarde, Samuel estaba entrando por la puerta de la casa de Nuria. Ella le había dicho que le invitaba a la última pero, aunque no era muy bueno cogiendo indirectas, sabía que aquella noche tendría sexo. Inmediatamente se acordó de su última aventura frustrada y se preguntó si le pasaría lo mismo.
-No hagas mucho ruido, mis compañeras están durmiendo.- dijo Nuria.
En ese instante, Samuel cayó en la cuenta de que no sabía la edad de Nuria. Hizo memoria. Había dicho que estudió Derecho, que son cuatro años. Si había empezado la carrera con dieciocho, la habría acabado con veintiuno. Y si hacía un año y medio que no pisaba la biblioteca, justo cuando había acabado la carrera, significaba que, como mucho, tendría veintitrés años. Otro hombre se hubiera vanagloriado de haber conquistado, sin esfuerzo, a una chica tan joven. Pero ése hombre no era Samuel. De pronto, se puso muy nervioso.

-Toma- dijo Nuria mientras le tendía una copa y se sentaba en el sofá.

Samuel se sentó a su lado pero un poco apartado.

-Ven aquí- dijo Nuria- No muerdo.

Samuel se deslizó unos pocos centímetros, pero aún estaba bastante lejos de ella. Nuria, pensando que su ligue era el más tímido con el que había estado, dejó su vaso en el suelo y se lanzó sobre él, besándole apasionadamente. Su mano le rozó el muslo derecho y luego fue a parar a la entrepierna de un excitado Samuel. Cuando notó lo que había allí, apartó su cara de la del bibliotecario, le miró con una ceja levantada y sonrió con malicia. Se levantó y arrastró a Samuel hasta su habitación. Allí, cerró la puerta con el pie mientras le quitaba la camisa. Lo tumbó sobre la cama y le fue bajando los pantalones. Con una boca experta, Nuria supo extender al máximo el sexo de Samuel y le colocó, con una rapidez sobrenatural, un preservativo. Luego, se subió encima y empezó a menear las caderas. La experiencia de Nuria empequeñeció a Samuel. Aunque estaba excitado, le costaba digerir que una persona tan joven le diera cien vueltas en cuestiones de alcoba. La muchacha subía y bajaba aumentando el ritmo de los vaivenes, y no dudó en coger las manos de Samuel y colocarlas en sus firmes pechos. Para sorpresa del bibliotecario, Nuria se llevó una mano a su entrepierna y se masturbó sin dejar de moverse frenéticamente. Muchas veces, Samuel se había masturbado fantaseando con una mujer atrevida que le dirigiera, pero siempre se la había imaginado mayor que ella. Y una cosa era la imaginación y otra muy distinta, la realidad. Pensó en la cantidad de hombres que hubieran matado por estar en su lugar, así que intentó relajarse y disfrutar. Justo cuando dejó su mente en blanco, notó los impulsos de la eyaculación. Nuria se retiró soltando un gran suspiro de felicidad.

-Ha sido bestial- dijo ella.

Samuel se quedó tumbado mirando el techo blanco de la habitación de la chica. Por primera vez en su vida, no había sentido nada de nada.

-¿Qué tal?- dijo Nuria mirándole.

-¡Uf!- fue lo único que alcanzó a decir.

Cerca de donde estaban, Tomás agradeció a las dos amigas de Nuria que le hubieran acompañado a otro bar a tomarse otra cuando sus amigos se habían ido. Al salir del pub, se despidió de ellas. Fue a darse la vuelta para irse cuando la voz de una le detuvo.

-¿Qué tal si vamos a tu casa?

Tomás vio que las chicas estaban tocándose sutil pero claramente, invitándole a formar un trío. Lo primero que se le pasó por la cabeza era lo espabiladas que estaban las veinteañeras hoy en día. A su corta edad, un trío le parecía algo de viciosos. Conforme fueron pasando los años, lo había hecho en un par de ocasiones, siempre como invitado y con otros dos hombre, pero con veintipocos nunca pensó en llevarlo a cabo. Y ahí estaban esas dos jovencitas, que en otro tiempo hubieran sido unas guarras, muy seguras de lo que querían y de cómo lo querían. Tomás abrió la boca para explicarles que era gay, pero se detuvo antes de emitir sonido alguno. Suspiró y luego, mintió.

-Tengo novia- se sorprendió diciendo.

-No nos importa- dijo la otra.

Tomás no sabía si reírse por la situación o darse cabezazos contra la pared por no haber disfrutado de sus veinte años como lo hacían aquellas dos alegres salidas.

-Lo siento- dijo dándose media vuelta.

Se fue pensando en por qué había dicho que tenía novia y se descubrió pensando que lo había hecho para que no se sintieran ridículas al ofrecerse a un homosexual en bandeja. El actor pensó que los papeles habían cambiado. Las mujeres ya no tenían que fingir su atracción por un hombre ni sus ganas de sexo, y los hombres estaban aprendiendo a no herir el orgullo femenino.
Mientras tanto, Elías se fue a casa solo. Como no tenía sueño, se preparó un pequeño tentempié y se sentó a ver la tele. Mientras iba pasando de canal en canal, se lamentó de la programación. Tan sólo habían comerciales que intentaban que te sintieras a disgusto con tu cuerpo y te prometían una máquina con la que tener unos abdominales perfectos sin el menor esfuerzo. Cuando llegó a uno de los canales locales, vio que estaban echando una película pornográfica. La imagen que vio le impactó. Un hombre estaba penetrando a una mujer mientras otra le metía el dedo en el ano. El actor no dejaba de gemir de placer y Elías se preguntó si sería real o merecía una candidatura al Goya. Se dio cuenta de que su pene se había endurecido con las imágenes, así que decidió no desaprovechar la erección. Se bajó los pantalones y comenzó a masturbarse. Al poco tiempo, se le ocurrió probar a meterse un dedo en el recto. Aunque había tenido una experiencia homosexual hacía años, él acabó penetrando al otro y no disfrutó como lo hacía cuando se acostaba con una mujer, así que desechó la idea. Pero la imagen del actor porno con la expresión contraída por el placer le animó a probar. Se deslizó un poco en el sofá y subió las piernas. Luego, sin dejar de masturbarse, introdujo un dedo en su ano y, despacito, fue profundizando más y más. Notó que su dedo rozó con algo en el interior y una sacudida le hizo temblar de pies a cabeza. Siguió estimulando aquella zona mientras su mano bajaba y subía por su pene, sin dejar de mirar la película. Cuando el actor terminó su papel, las dos actrices se lo empezaron a montar entre ellas, lo que excitó muchísimo más a Elías, que no pudo evitar eyacular mientras jadeaba pesadamente. Cuando se relajó, no sabía qué era lo que había en el ano que aumentara tanto el orgasmo, pero no le extrañó que su amigo Tomás se hubiera decantado por acostarse con tíos.

-¿Los heteros sabrán esto?- se preguntó en voz alta.

Pero supo que jamás compartiría lo que acababa de hacer. Le daba igual decir que se había follado un tío pero reconocer que se había metido un dedo en el culo era harina de otro costal. Y entonces se preguntó en cómo haría para convencer a la próxima tía con la que se acostara para que le metiera el dedo sin que pensara que era un desalmado.
Más tarde, César se fue a su casa. Pero no lo hizo sólo. Aunque las amigas del rollete de Samuel estaban de buen ver, él prefirió abordar a una de su edad que le observaba discretamente desde el otro lado de la barra. Sabía que iba a ser más difícil, pero a César le gustaban los retos. Después de un rato de conversación, el publicista se dio cuenta de que sus amigos se habían marchado. Recordó con dificultad, con imágenes confusas, que fueron despidiéndose de él. Claro que César estaba a lo que estaba y cuando se concentraba en una cosa, sólo existía esa cosa. Le pasaba en todos los aspectos de su vida. Él funcionaba así. Si dirigía todo su esfuerzo hacia un sólo objetivo, rara vez no lo conseguía. Y aquella mujer, que respondía al nombre de Elisa, no era una excepción. La mujer se maravilló cuando vio el amplio loft de su ligue. A la derecha, apartado y solo, estaba el piano que su tía le había regalado cuando cumplió los diez años. Un impresionante instrumento que César rara vez tocaba, y que usaba más para impresionar a las mujeres que para extraer música de él. Por alguna razón, las mujeres se excitaban cuando veían el piano y se enteraban de que sabía tocarlo, que no era un simple adorno. El publicista tenía la teoría de que eliminaba sus defensas, como si pensaran que un hombre que toca el piano es sensible, tierno y que nunca les va a hacer daño.
César, que sabía leer los cuerpos de las mujeres mejor que los carteles de tráfico con letras enormes, supo que la mujer ardía en deseos de que la tomara allí mismo. Y fue a tiro hecho. Los jadeos que emitía Elisa mientras recorría con su lengua su zona más íntima eran como música celestial para él. Siempre sabía cuándo era el momento de penetrar a una mujer. Pocos conocían el arte de la preparación mejor que él. Sin frenar su actividad, se colocó un condón y, cuando menos se lo esperaba, se introdujo en su interior. Le encantaba cuando las mujeres expresaban la placentera sorpresa que les invadía cuando las tomaba desprevenidas. Después de un rato amándose físicamente, Elisa explotó en un intenso orgasmo. Sus leves sacudidas vaginales hicieron que César alcanzara el orgasmo. Una vez recuperado el resuello, Elisa se incorporó para mirar a su experto amante mientras éste se retiraba. La mujer no esperaba lo que vio a continuación. Se fijo en que el preservativo que cubría el miembro de César estaba inmaculado.

-¿No te has corrido?- preguntó incrédula.

César no entendió la pregunta. Había sido un orgasmo que bien se podría haber comparado con un fuerte terremoto. Pero cuando miró extrañado a su entrepierna vio a lo que se refería Elisa. No había semen en el condón. No había nada.

-¿Te has hecho la vasectomía?- preguntó Elisa.

-No- respondió César encogiéndose de hombros. Inmediatamente se arrepintió y quiso arreglarlo.- Digo... sí. Sí. Hace un par de años.

Elisa le miró enfadada y se levantó de la cama. Su mentirijilla no había colado y ahora estaba dolida y avergonzada. Sin decir una palabra, se fue de la casa del publicista. César no entendía nada. Había tenido una orgasmo de esos que hacen historia y con los que comparas el resto de los orgasmos de tu vida. Sin embargo, no había eyaculado ni una triste gota de semen. Se había visto obligado a fingir para no herir los sentimientos de la mujer, pero no había sabido reaccionar a tiempo. De todas maneras, pensó César, aunque le hubiera jurado que había tenido un súper-orgasmo, no me habría creído. Por primera vez en su vida se dio cuenta de que el semen no era una prueba de orgasmo irrefutable.

domingo, 11 de abril de 2010

Capítulo 5: Cuestión de tamaño

La tarde de aquel sábado, César había convencido a sus amigos para jugar al baloncesto. Tomás echaba de menos sus citas semanales para practicar el deporte, pero entendía que su amigo necesitara aún algún tiempo para lidiar con su recién comunicada opción sexual. No podía quejarse, César había reaccionado mejor de lo que esperaba después de la pelea, yendo a un bar de ambiente y presentándole a su joven becario, pero sabía que, en el fondo, había un miedo inconsciente a quedarse a solas con él. Por otro lado, Elías y Samuel no estaban tan contentos con la propuesta. A ninguno le gustaba jugar al baloncesto, se les daba muy mal, y aceptaron a regañadientes después de que César les prometiera que Tomás y él accederían el próximo fin de semana a realizar cualquier idea que tuvieran. Ya estaban los tres en la cancha esperando a que el publicista llegara. Oyeron el ruido de un potente motor detrás de ellos y giraron la cabeza para mirar. Vieron a su amigo descender de un flamante coche, un mercedes azul marino, y cerrar las puertas con el control a distancia que sostenía en la mano derecha.
-Siento llegar tarde- dijo César sonriente esperando a que alguno hiciera algún comentario de su nueva adquisición.
Dejó la mochila con el resto de cosas de sus amigos y se acercó a ellos. Ninguno abrió la boca.
-¿No vais a decir nada?- preguntó César extrañado.
Sus amigos reaccionaron y empezaron a preguntarle a la vez, por lo que César no entendió nada. Levantó las manos para que se callaran y se limitó a dar la información que creyó conveniente.
-Es nuevo, lo he comprado esta mañana- dijo. Luego añadió con ironía- ¿Y vosotros qué habéis hecho?
-Yo casi echo un polvo- dijo Samuel.
Sus amigos le miraron con sorpresa antes de volver a preguntar atropelladamente toda clase de cuestiones. Samuel repitió el gesto que segundos antes había hecho César y les contó qué había pasado. Primero, les relató el incidente de la puerta en el que una desconocida le había explicado que no necesitaba la obsoleta caballerosidad de Samuel. Luego, narró con todo lujo de detalles lo que había pasado aquella mañana. Resultó que se la había vuelto a encontrar y no quiso perder la oportunidad de explicarle por qué le había cedido el paso, todo en un tono que dejaba implícito que consideraba que había sido una maleducada. Cuando terminó, se dio la vuelta para irse y no dejarle oportunidad de réplica cuando la mujer se disculpó y le invitó a tomar un café. Se llamaba Tania y trabajaba como enfermera en un hospital. Su hermana vivía en el mismo edificio que Samuel e iba a visitarla a menudo. Estuvieron dos horas hablando. Samuel notó que había química entre ellos y lo ratificó cuando Tania sugirió que fueran a su piso. Al bibliotecario jamás le habían entrado de una forma tan descarada y menos a las doce de la mañana, pero no quiso perder la oportunidad de empezar el día con tan buen pie. Subieron a su casa y, por cortesía, el bibliotecario le iba a ofrecer a Tania algo de beber, pero ella se abalanzó sobre él y le besó con furia. Sorprendido por el ataque de pasión de la hermana de su vecina, Samuel estuvo a punto de apartarla. Pero, por una vez, decidió que tenía que ser salvaje y dejarse llevar por sus instintos, así que le arrancó la camisa a su casual amante y le besó los pechos. Ella bajó la mano por el abdomen y le tocó la entrepierna.
-Y hasta ahí llegamos- dijo Samuel un poco avergonzado. Sabía que había sido idea suya, pero compartir sus líos de cama, y más aún sus fracasos, le costaba mucho.
Esperó a que sus amigos dijeran algo pero estaban tan sorprendidos con la confesión de Samuel que aún la estaban asimilando. Después de un rato, Tomás habló.
-Bueno, antes de analizar la situación me gustaría felicitarte por haber compartido esto con nosotros. No ha debido ser fácil y has demostrado creer firmemente en tu idea de estrechar nuestra amistad. Eres el primero que ha contado una experiencia de cama- dijo.
Los otros asentían pero no dijeron nada. En su interior se estaban preguntando si ellos habrían sido capaces de compartir algo así. Pero Samuel se dio cuenta de que sus amigos habían malinterpretado sus palabras. Se apresuró a aclarar que no es que se hubiera excitado tanto que había eyaculado sin remedio. Sus amigos relajaron la expresión, aliviados por no tener que hablar sobre ese tema.
-Entonces cuéntanos. ¿Qué pasó cuando te... ya sabes... cuando te... tocó?- dijo Tomás.
-Dijo que tenía que irse, que había olvidado que tenía que hacer algo urgente, y salió de mi casa- dijo Samuel.
-¿Tú qué crees que pasó?- siguió preguntando Tomás.
-No tengo ni idea.
De repente, sus amigos se echaron a reír. Ninguno tenía intención de hacerlo, por lo que intentaban controlarse, pero no podían.
-No tiene gracia. ¿Acaso hice algo para asustarla de aquella manera?
-Cuando te tocó- dijo Tomás señalando su propia entrepierna- ¿estabas excitado?
-¡Claro que sí!- se enfadó Samuel- ¿Qué insinúas?
-No, no me malinterpretes- dijo Tomás- No voy por ahí.
Sus tres amigos se echaron a reír de nuevo, consiguiendo que Samuel se enojara aún más.
-No puedo creer que aún no sospeches por dónde vamos- dijo César- Tomás quiere decir que tal vez tu herramienta no sea lo suficientemente grande.
Elías asintió mirando fijamente a Samuel.
-O tal vez sí lo es. Demasiado- añadió Tomás mirando a César.
Al publicista jamás se le hubiera ocurrido que la mañana de sexo frustrado de Samuel estuviera relacionada con un problema de exceso. Se puso serio de repente y miró a Elías, que esta vez le asentía a él.
-¿Y bien?- dijo Tomás
-¿Y bien qué?- dijo Samuel a la defensiva.
-Sácanos de dudas- dijo Elías.
Samuel creyó que sus amigos se habían vuelto locos. Ni por la cosa que más deseara en el mundo les diría a sus amigos si iba falto o sobrado. Entonces, se le ocurrió una idea.
-Os lo diré si vosotros también lo hacéis.
Sus amigos se miraron entre ellos. La idea de compartir sus medidas íntimas con el resto era algo que ninguno estaba dispuesto a hacer.
-¡Ni de coña!- dijo César- Lo que faltaba.
-Dijimos que lo íbamos a compartir todo- dijo Samuel metiendo cizaña.
-¡No pienso deciros cuanto me mide el nabo! ¿Está claro?- gritó César- Ahora, vamos a jugar de una puñetera vez.
Tomás y Samuel jugaron en un equipo contra César y Elías. Estuvieron jugando poco más de una hora hasta que los menos seguidores del baloncesto decidieron que ya era suficiente. Se sentaron un rato a descansar antes de irse cada uno a su casa, no sin antes quedar para salir un rato por la noche. Cuando llegó a su casa, Samuel recordó mentalmente la erótica escena que había vivido por la mañana y tuvo una potente erección. Se miró los pantalones cortos. La erección era evidente pero no sabía decidir si era mucho, poco o normal. En cuestión de tamaño, ¿qué era lo normal? Se dio una ducha y luego se sentó ante su ordenador portátil. Se conectó a la red y buscó páginas con información sobre el tamaño del pene. La mayoría estimaban que el tamaño medio oscilaba entre los catorce y dieciséis centímetros. Si aquello era cierto, Samuel tenía un pene más grande de lo normal. ¿Era por eso por lo que Tania había huido despavorida? Jamás había obtenido ni quejas ni halagos de sus otras parejas sexuales, por lo que nunca había pensado que estuviera especialmente dotado. Supuso que nunca se lo había preguntado porque jamás había pensado en ello como en un problema. ¿Hubiera sido distinto de haber tenido un pene más pequeño? Samuel sospechaba que sí porque, por lo general, era un tema que preocupaba a muchos hombres. Lo que nunca se le había ocurrido es que las mujeres también se preocupaban por ello. ¿Realmente les importaba a las mujeres el tamaño? Siguió buscando más páginas sobre el tema cuando encontró una información que le resultó curiosa y temible a la vez. En la selección natural, aquellos machos que desarrollaban algunas cualidades por encima de la media eran los que tenían más posibilidades de reproducción. Leyó el caso del pavo real, cuyo vistoso plumaje no le servía para nada a la hora de echarse a volar y sólo atraía el peligro, ya que se hacía más visible a los depredadores. Sin embargo, aquellos que tenían unas plumas grandes y con muchos colores son los que, por lo general, conseguían aparearse. Samuel pensó si aquello significaba que las mujeres realmente se sentían atraídas por un buen manubrio, por poseer todo tipo de ventajas económicas, como un buen piso, un coche, una ristra de tarjetas de crédito; o por rasgos de la personalidad como la inteligencia, la cultura y el sentido del humor. O peor aún ¿y si querían todo lo anterior?
Mientras regresaba a su casa en su nuevo coche, César le daba vueltas al tema del tamaño. Sus amigos no sabían que estaba realmente obsesionado con él. Para el publicista, su pene no era lo suficientemente grande y siempre se guardaba mucho de mostrarlo ante otros hombres. Cuando iba a un servicio público, siempre iba a los inodoros, nunca al urinario, y jamás se duchaba en el gimnasio delante de sus iguales. Llegó a su casa y aparcó el coche. Cuando apuntó la llave para poner el seguro, se dio cuenta de que su automóvil era bastante grande, y se preguntó si era una manera inconsciente de paliar su falta de virilidad.
Por la noche, mientras estaban sentados en una terraza con una copa cada uno, ninguno de los cuatro decía nada. Hacía media hora que estaban juntos y ninguno había dicho ni una palabra más que para decidir dónde iban a echarse un trago.
-Esto es ridículo- dijo Tomás- Hablemos del tema. Nos sentiremos mucho mejor. ¿Realmente creéis que el tamaño les importa?
-¿Y a vosotros? ¿Os importa?- dijo César con ironía. Luego se arrepintió de haber hecho una pregunta como aquella.
Tomás notó que se ruborizaba, pero sabía que debía ser sincero con su respuesta.
-Si os digo la verdad, sí, importa. Y supongo que a las mujeres también- dijo.
-Tal vez- dijo Elías- la importancia que les dan ellas a la polla es la misma que le damos nosotros a, por ejemplo, las tetas.
Los tres amigos asintieron pensando que Elías no iba muy desencaminado. Los tres heterosexuales sabían que la atracción ejercida por una buena delantera no era nada comparable con la inteligencia que podía poseer otra menos dotada.
-Eso podría tener cierta lógica si nosotros fuéramos mostrando el bulto a cada momento. Ellas pueden insinuar sus pechos, pero no soportan que nosotros hagamos lo propio con la entrepierna- dijo Samuel.
-Tienes razón- dijo César- Ellas pueden atraernos con sus voluptuosidades, incluso tocárselas en público, colocárselas, pero nosotros no podemos recolocarnos la polla si nos apetece.
-Por lo que escucho decir a las tías, al igual que los homosexuales, no les importa el tamaño siempre que sea una cosa normal- dijo Tomás.
-¿Pero qué es lo normal?- preguntó Elías.
Instintivamente, todos se miraron la entrepierna preguntándose si lo que tenían era suficiente. Aunque habían llegado a la conclusión de que el tamaño no era tan importante si se trataba de una medida media, aún seguían con la preocupación en la cabeza.
-Está bien- dijo Tomás.- Acabemos con esto de una vez. A mí me mide quince centímetros.
Todos los demás se quedaron horrorizados, no por el tamaño del pene de Tomás, sino porque significaba que ellos también debían compartir sus medidas.
-¡Qué cojones! Yo tengo trece. ¿Y sabéis qué? No necesito más- dijo Elías bebiendo un sorbo de su copa, muy digno.
La nueva información alegró tanto a César que no pudo evitar comentar que a él le medía lo mismo. Estaba muy contento de saber que su medida era normal, que otros hombres, como su amigo, gastaban la misma talla que él. De repente, se había quitado un peso enorme de encima. Tenía tanto miedo de compararse con otros hombres que se había perdido la oportunidad de comprobar que su tamaño era normal.
-La mía mide diecinueve centímetros- dijo Samuel con la voz baja.
Tomás, que en ese momento estaba bebiendo de su copa, escupió el líquido y empezó a toser. Sus otros dos amigos se quedaron mirándole boquiabiertos.
-No me extraña que la Tania esa saliera corriendo- dijo Tomás mientras se recuperaba de su ataque de tos.

jueves, 8 de abril de 2010

Capítulo 4: Poderoso caballero

Samuel había quedado con sus amigos para comer. Hacía varios días que no se veían y tenían muchas novedades que contarse. Sobre todo ahora que se lo contaban todo de verdad. Entró en el restaurante vegetariano que había elegido Tomás, decorado como si fuera un yate de lujo, cosa que Samuel no entendía, ya que la decoración le sugería pescado, no lechuga, y buscó a sus amigos con la mirada. Sabía que los tres estaban allí porque llegaba tarde. Pero no era culpa suya. Su compañera de trabajo, la que atendía el turno de tarde, se había retrasado, y él no podía dejar la biblioteca sola.

-Siento la espera- dijo cuando se acercó a la mesa.

-Tenemos que dejar de vernos así. Mi economía no me lo permite- dijo Elías.
Sus tres amigos le miraron. Tomás y Elías eran los que, económicamente hablando, lo pasaban peor para llegar a fin de mes. Pero estaban en un restaurante donde el menú del día costaba nueve euros, así que se sorprendieron cuando Elías se quejó del gasto que estaba haciendo. Él se apresuró a comentar por qué lo decía. Había tenido tres citas con Laura y él había pagado todos los gastos. Las tres veces. No le había dicho nada a ella por miedo a que se enfadara, pero no podía seguir así.

-Es que este mes ya me he pulido más de medio sueldo- dijo.

Y es que las tres veces que habían salido, Elías la había llevado a buenos restaurantes con la intención de sorprenderla y agradarla. Quería que notara que de verdad le importaba. Pero pensó que Laura tendría la delicadeza de sugerir que pagaran a medias. Evidentemente, se equivocó.

-Pero ella sabe a qué te dedicas ¿no?- dijo Tomás.

Elías esbozó una sonrisa forzada que sugería que no estaba siendo del todo sincero con sus amigos. Después de que le presionaran recordándole el trato que habían hecho, Elías confesó que se le había ocurrido contar una pequeña mentirijilla. En lugar de decirle que trabajaba como teleoperador, le contó que era el jefe de la plantilla y que supervisaba a los coordinadores de los trabajadores.

-Tampoco es para tanto ¿no?- dijo Elías.

-Claro que sí. Es como si le hubieras dicho que vives en un ático en lugar de en un pequeño estudio- dijo Tomás.

-Aunque viviera en un chalet en La Moraleja, ella tendría que haber pagado su mitad- dijo César- Mucho rollo feminista pero al final es el tío el que siempre acaba pagando. ¿Dónde está el dinero de esas mujeres independientes que han conseguido igualarse al hombre después de muchos años de machismo?

-Supongo que a las mujeres les gusta ese tipo de detalles- sugirió Samuel.

-¡Pero es injusto!- dijo Elías.

-Pero es así- dijo Tomás- Las mujeres se maquillan y los hombres pagan la cena.
Samuel se fue a su casa pensando en lo que había dicho Tomás. A pesar de tantos años de lucha feminista, las mujeres aún tenían el deber de estar radiantes en las citas y los hombres de demostrar su alto poder adquisitivo o, en ambos casos, aparentarlo. Pero parecía que las mujeres habían avanzado en aquel peligroso terreno y los hombres se habían quedado estancados. Cuando llegó al portal de su casa, metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. Justo cuando iba a entrar, una mujer salía del rellano con intención de salir a la calle. Samuel esperó pacientemente a que saliera para entrar él, pero la mujer se paró poco antes de llegar a la puerta. Se quedó mirando a Samuel con cara de pocos amigos. Durante unos breves instantes, ambos se quedaron muy quietos, observándose. Al final, la mujer se decidió y salió a la calle, no sin antes girarse hacia Samuel.

-No necesito que un hombre me ceda el paso. Esos tiempos terminaron- dijo antes de marcharse.

Samuel se dio cuenta de que la mujer había interpretado su gesto, no como una señal de educación, sino como una galantería masculina de antaño. En cuanto se recuperó de la sorpresa inicial, se dio cuenta de que los hombres lo tenían muy difícil. Ninguno sabía a qué atenerse. Puede que algunas quisieran que las invitaras a cenar pero otras te castrarían con la mirada si se te ocurría pagar la cuenta. ¿Qué podía hacer un hombre para saber cuál era la mejor opción?
Mientras tanto, Tomás quedó con Pablo. Desde que César les había presentado, se habían visto un par de veces. Tomás no tenía ni idea de adónde iba a llegar aquello, ya que se llevaban siete años, pero le gustaba. Por lo general, no le gustaba relacionarse íntimamente con gente tan joven, pero en el caso de Pablo hizo una excepción. Además, aún no se había acostado con él, lo que significaba que tal vez quisiera llegar a algo más que a un simple polvo. Primero fueron a tomarse un café a un sitio íntimo del barrio de Chueca donde poder hablar tranquilamente. A pesar de su juventud, Pablo tenía una conversación de alguien que había vivido muchas experiencias y que había sacado provecho de todas ellas. Tomás no pudo evitar colocarse a su lado y besarle. Más tarde, compraron unas entradas para el cine y vieron una película. Mientras Pablo guardaba el asiento, Tomás fue a comprar un paquete de palomitas y un par de refrescos. Ya de noche, ambos decidieron ir a cenar a un restaurante cercano. Cuando terminaron, Tomás pidió la cuenta.

-Pago yo- dijo Pablo.

-Ni hablar- dijo Tomás colocando su tarjeta y su DNI en la pequeña bandejita que sostenía el camarero.

Dos minutos más tarde, Tomás firmó el recibo y ambos salieron a la oscuridad de la noche, paliada por el alumbrado público que flanqueaba las aceras. El actor se dio cuenta de que Pablo no había dicho nada desde que habían salido y, a pesar de que él sacaba temas de conversación, el muchacho se limitaba a contestar con monosílabos sin mirarle siquiera.

-¿Va todo bien?- dijo Tomás.

Pablo negó con la cabeza. Luego, se llevó la mano a la frente y suspiró. Se detuvo en medio de la calle y se giró hacia Tomás.

-Esto no va a funcionar- dijo de repente.

Tomás no entendía a qué se refería. Él había tenido la sensación de que todo marchaba sobre ruedas, que lo estaban pasando muy bien y que, cuanto más conocía a Pablo, más le gustaba.

-No entiendo. Creía que te gustaba.

-Sí, pero eso era antes de que me trataras como si fuera una mujer- dijo Pablo.
Tomás entrecerró los ojos intentando recordar cuándo había pasado eso pero no lo conseguía.

-No te entiendo.

-Todas las veces que nos hemos visto has pagado todo: el café, el cine, las palomitas, la cena... Soy un hombre independiente que espera llegar alto en la vida y no necesito que me traten con esa cortesía fingida del que quiere echar un polvo- dijo Pablo.

-Sólo trataba de ser amable. No era una excusa para llevarte a la cama- dijo Tomás atónito.

-Entonces es que consideras que no tengo dinero porque trabajo como becario, ¿es eso?

Tomás no sabía qué responder. Quería conocer a Pablo y la manera de hacerlo era saliendo a tomar algo o cenando por ahí. Claro que se le había ocurrido que tal vez no tuviera dinero para gastárselo en todas aquellas citas, pero no había pagado para humillarle.

-No sé qué decir. No era mi intención ofenderte.

-Demasiado tarde- dijo Pablo.

Y se fue. Tomás se quedó allí plantado sin entender qué había hecho mal. Entonces comprendió que tal vez las mujeres esperaban que los hombres pagaran la cena, pero entre hombres había un conflicto de poder. Aunque no había sido su intención, inconscientemente se había colocado por encima de Pablo, y esa demostración implícita de poder le había dejado sólo en medio de la calle.
Por otra parte, César había decidido que aquella noche se acostaría con alguien, así que fue a un bar a tomarse una copa. Mientras daba pequeños sorbos, ojeaba a las mujeres del local. Una de ellas, que estaba sentada al otro lado de la barra, le sonrió. César tenía demasiada experiencia como para no saber que aquel gesto era una invitación tácita para acercarse. Se sentó a su lado y le ofreció invitarla a otra copa. Ella aceptó con la cabeza y, mientras él llamaba la atención del camarero, la mujer no le quitaba ojo. A lo largo de los años César había desarrollado la facultad de mirar de reojo sin que nadie se diera cuenta. Sabía que si una mujer le miraba cuando creía que no había peligro era que las posibilidades de acabar en la cama eran muy altas. Sonrió para sus adentros porque supo que aquella noche tendría sexo. Estuvieron hablando un rato sobre banalidades antes de que César le ofreciera irse a su casa. La mujer, que se llamaba Sofía, cogió su bolso para sacar la cartera, pero César se lo impidió. Ella sonrió complacida y se levantó del asiento. Después de la conversación que habían tenido sus amigos y él sobre la cuestión de las invitaciones, César se dio cuenta de que era una muy buena manera de agasajar a una mujer, a pesar de que en la comida había opinado todo lo contrario.
Subieron a su casa. César propuso tomar una última copa, más por protocolo que porque quisiera, pero Sofía se acercó a él y le besó. Después de una señal tan clara, César aparcó los preámbulos y desabrochó el vestido de la mujer mientras la guiaba hasta la cama. Se recostaron y el publicista le quitó el sujetador, dejando al aire unos pechos turgentes que enseguida catalogó como operados. Pero no le importaba. Luego siguió bajando hacia el pubis y deslizó las braguitas por los muslos de Sofía mientras le besaba en el vientre. De repente, notó que algo duro le tocaba el pecho. Miró hacia abajo y vio un pene donde debía haber una vagina. Fue tal el susto que dio un respingo y se cayó de la cama.

-Pero, ¿qué coño...?- dijo mientras se incorporaba.

-No hay coño cariño... Aún no- dijo Sofía.

El horror que reflejaba su cara le confirmó a Sofía que aquel atractivo hombre no tenía ni idea de que ella también lo era en su entrepierna. Se levantó y se vistió mientras se lamentaba de su mala suerte.

-Una pena. Nadie había sido tan caballero conmigo- dijo Sofía antes de irse.
César se fue al baño y abrió el grifo del lavabo. Mientras se frotaba la cara con agua pensó que, aunque había mujeres que luchaban por la igualdad, muchas otras pensaban que las señales de caballerosidad no sólo las hacía sentirse más deseadas, sino que también les afirmaba en su feminidad.

Mientras César se lavaba la cara, Elías se envalentonó y le dijo a Laura que, aunque le gustaba mucho, no podía seguir corriendo con los gastos de las citas que tenían. Le contó que le había mentido, que no trabajaba como supervisor, sino que era un simple teleoperador.

-Es que quería impresionarte- dijo Elías.

Laura resopló y miró fijamente a Elías a los ojos, haciendo que éste se sintiera incómodo.

-No me importa que seas teleoperador- dijo ella.

Elías sonrió. Fue a besarla, dando por hecho que ya estaba todo aclarado, cuando notó que la mano derecha de Laura se posó sobre sus labios, deteniéndole.
-Pero si me importa que me hayas mentido. Me hubieras gustado igual aunque hubiéramos cenado una pizza y la hubiéramos pagado a medias- dijo antes de darse media vuelta e irse.

Elías chasqueó la lengua y también se giró para largarse de allí, pero lo pensó mejor y se dio la vuelta. A riesgo de quedar como un hombre desesperado, le pegó un grito a Laura preguntándole qué querían las mujeres.

-¿Qué quieren los hombres?- dijo ella encogiéndose de hombros.

Elías se quedó pensando en la respuesta. ¿Hubiera aceptado él que una mujer le hubiera mentido y le pagara todas las citas? Probablemente no. Se dio cuenta de que el error estaba en intentar agradar al otro a toda costa. No importaba si eras un hombre o una mujer, cuando te gustaba alguien había que sacar todas las armas posibles para que se fijara en ti. Uno de los recursos habituales en los hombres era su posición socio-económica. ¿Habían acabado las mujeres con aquel recurso o seguían atraídas por él?

martes, 6 de abril de 2010

Capítulo 3: El gay de la selva

Samuel aún seguía impresionado por la pelea entre sus dos amigos. No podía quitarse de la cabeza la idea de que el hombre era más animal de lo que pensaba. César y Tomás se habían comportado como si vivieran en la selva y les faltara la facultad del raciocinio. Sabía que la agresividad era inherente al ser humano, sobre todo al sexo masculino, pero jamás se le ocurrió pensar que dos amigos llegaran a las manos en lugar de dialogar para resolver sus diferencias. Luego, tuvo una revelación. Era posible que las mujeres conversaran sobre sus problemas, pero jamás pasaban página. En cualquier momento eran capaces de remover el pasado y echarte en cara tal cosa o tal otra. Lo había experimentado con Rita. Cuestiones por las que Samuel se había disculpado salían de nuevo a relucir en una conversación diferente y no precisamente en un corto espacio de tiempo. Aunque los hombres eran más brutos, las cuestiones concluidas a golpes quedaban zanjadas para siempre.

Aquella mañana era especialmente aburrida. Había poco trasiego de usuarios y Samuel ya no tenía nada más que hacer. Había catalogado las nuevas adquisiciones que habían llegado, colocó los pocos libros devueltos en su correspondiente sitio y ya había leído el periódico del día. Entonces, miró la pantalla de su ordenador y se le ocurrió que podía buscar en la red algunas cuestiones acerca de la homosexualidad. Mientras hojeaba páginas de asociaciones, revistas especializadas y pasaba de las entradas pornográficas, dio con una información que le resultó reveladora. Ningún investigador sabía aún por qué existía la homosexualidad. Samuel siempre había pensado que los homosexuales nacían con esa tendencia. Él no sabía por qué era heterosexual, simplemente lo era, así que pensaba que a los gays les ocurriría lo mismo. Pero no se había dado cuenta de un pequeño pero importantísimo detalle: a nivel evolutivo, la homosexualidad era inútil. Ser heterosexual implica la posibilidad de procrear. ¿Por qué la naturaleza había decidido mantener a seres potencialmente estériles? Samuel investigó en internet la homosexualidad en el reino animal. Descubrió que, en algunas especies, el comportamiento homosexual favorecía la cooperación entre los machos, más dispuestos a aliarse ante un enemigo común. Por otro lado, existían otras especies que consideraban la violación homosexual como una forma de mostrar su agresividad y, al ser violado, el macho renunciaba a competir por sus parejas sexuales. Por último, en algunas especies, como las abejas o las hormigas, algunas de ellas se sacrificaban por el bien de la colonia y jamás se reproducían. Aunque ninguno de los ejemplos explicaba por qué existía la homosexualidad, Samuel sacó en claro una cosa: en animales que vivían en grupos, si la existencia de individuos homosexuales favorecía en alguna medida al resto, ese rasgo se mantendría, ya que, en términos evolutivos, los grupos con homosexuales saldrían ganando.

Samuel salió de la biblioteca. Había quedado con sus tres amigos para comer. Mientras andaba, le daba vueltas a toda la información que había leído. Tenía muchas ganas de comentar lo que había descubierto. Llegó el primero al restaurante, así que se sentó en una mesa a esperar a sus amigos mientras hojeaba la carta. El primero en aparecer fue Tomás.

-¿A qué no sabes qué he descubierto hoy?- dijo Samuel sonriente.

Samuel le contó a Tomás lo que había leído en internet, pero éste no se enteraba de nada. Su amigo hablaba con tanta pasión y entrega que había descuidado la claridad a la hora de exponer sus hallazgos. Cuando Samuel quiso ordenar sus pensamientos para que Tomás entendiera lo que quería decirle, llegaron Elías y César. Después de comentar brevemente qué había sido de su vidas en el poco tiempo en el que no se habían visto, casi todo referente al trabajo, pidieron a la camarera los platos que iban a tomar.

-Voy a salir de nuevo con Laura- dijo Elías.

-¡Es verdad, la dependienta! ¿Qué tal fue vuestra primera cita?- preguntó Samuel.

Los tres amigos se giraron hacia él y le interrogaban con la mirada. Le había tocado a Elías comenzar a cumplir la promesa de hablar de todo como si fueran mujeres. No sabía por dónde empezar, así que les contó cómo había ido todo. Fueron al cine y después cenaron en un restaurante italiano. Aunque trabajaba como dependienta, Laura se había revelado como una persona muy culta que no paraba de hablar de cine, literatura, música, política... cualquier tema era bueno para ella. El relato de los acontecimientos hubiera acabado ahí si no fuera por la promesa, así que Elías cogió aire y soltó de golpe su temor.

-Me gusta, quiero volver a verla, pero no quiero que piense que... que soy... que no se puede hablar conmigo de nada.

Elías agachó la cabeza. Aunque en un primer momento estaba avergonzado de su revelación, se sintió mejor a medida que pasaban los segundos, así que decidió continuar expresando lo que sentía.

-Teníais que habernos visto. Ella hablando sin parar y yo asintiendo como un idiota. ¡No sabía qué decir!

-Pero habló de muchos temas. ¿No opinaste de ninguno?- dijo Samuel.

-Sí... bueno, no. No sé.- dijo Elías mientras hacía memoria.

-Las tías son increíbles- dijo César de repente- Si eres tú el que no para de hablar, es que no sabes escuchar. Y si te limitas a escuchar, entonces es que no tienes nada que decir y, por lo tanto, eres un tonto. ¡No hay quién las entienda!

Sus amigos le miraron mientras afirmaban con la cabeza. Samuel se felicitó interiormente por su idea porque supo, en aquel instante, que iba a hacerles mucho bien. Jamás había escuchado a César quejándose de lo incomprendido que se sentía cuando empezaba a conocer a una mujer. Era un gran paso.

-¿Qué hago?- dijo Elías.

-Ni idea- dijo Samuel negando con la cabeza. César se unió a él haciendo lo mismo.
-Vamos a ver- dijo Tomás- Si es una tía que no para de hablar de diferentes temas y tú no eres capaz de entrar en la conversación, lo único que tienes que hacer es sacar tú los temas y hacer que ella participe.

-Tiene lógica- concedió Samuel.

-¿Y de qué hablo? ¿De fútbol? ¿De motos?- dijo con cara de pena.

Los tres amigos de Elías se echaron a reír. Sabían perfectamente que hablar de fútbol o motos era el asesinato de la cita. Casi ninguna mujer heterosexual se interesaba por esas cosas.

-No, no- dijo Tomás- Algo que sepas que va a interesarle.

-¿Y yo qué cojones sé? Lo único que se me ocurrió fue hablar de Sexo en Nueva York, pero tendría que tragarme la serie entera para poder opinar y, sinceramente, no me apetece.

-¿Sabes qué? Háblale de mí- dijo Tomás.

Elías pensó que su amigo se había vuelto loco. La sugerencia de Tomás era peor que los temas que él había propuesto. No entendía cómo mejoraría su situación hablándole a Laura de uno de sus amigos. En los pocos segundos que transcurrieron antes de que abriera la boca, a Elías se le ocurrió que, tal vez, su amigo se proponía como tema debido a su profesión. Pero si decía que tenía un amigo actor, Laura empezaría a hablar de nuevo de cine, o peor, de teatro, del que Elías no sabía prácticamente nada.

-No lo entiendo- dijo finalmente.

-Háblale de mi homosexualidad, de la que no sabías nada y de cómo eso ha derivado en nuestro pequeño pacto. Le encantará. Adula a la mujer y a su facilidad para expresarse con su círculo de amigas.

Elías asentía con la cabeza mientras la idea que le propuso Tomás adquiría mucho sentido en su cabeza. Cada vez estaba más convencido de que era muy buena idea. En ese momento, trajeron su comida y desviaron la conversación hacia cosas intrascendentes.

-Es viernes. ¿Os apetece tomar algo esta noche?- dijo Tomás de repente.

-No puedo. Tengo que quedarme hasta tarde en la oficina. El lunes a primera hora tengo una presentación muy importante- dijo César.

-Yo tengo una cita- dijo Elías más animado ante la solución proporcionada por su amigo.

-¿Y tú Samuel? ¿Te apuntas?- dijo Tomás.

-Vale.

A las ocho de la tarde de aquel viernes, César aún retenía a su equipo en la sala de juntas. Había decidido que nadie saldría de allí hasta que el trabajo estuviese terminado. Prefería ocupar todo el día en aquello que estar dándole vueltas durante el fin de semana. Pero sus subordinados no estaban de acuerdo con aquella política y ya estaban apareciendo los primeros signos de amotinamiento. A las nueve de la noche, el levantamiento popular se hizo inevitable, y todo el mundo reclamó su derecho a irse a casa. Al fin y al cabo, él era el jefe y cobraba más, por lo tanto la responsabilidad era suya. Si alguien tenía que quedarse a trabajar hasta tarde, era él. Media hora más tarde, César ya no pudo contener a la gente, que no rendía a causa de sus desesperadas ganas de marcharse, así que decidió dejarles ir. Mientras recogían sus cosas y salían por la puerta, César estudiaba las últimas ideas que se habían propuesto, descartando algunas y subrayando aquellas que había que seguir. Cuando levantó la cabeza, se dio cuenta de que todo el mundo se había marchado sin despedirse. Todo el mundo excepto un joven, un becario que acababa de entrar en la empresa.

-¿No te vas a casa?- dijo César- Perdona, no recuerdo tu nombre.

-Pablo. Sé lo importante que es conseguir esta cuenta para la empresa, así que me quedaré aquí para ayudarle.

-Gracias- dijo César impresionado por la ambición del chico.

-Un placer.

Aquellas dos palabras alertaron a César. El tono del voz de Pablo había sido tan sugerente que su experto radar de señales sexuales le había advertido de la presencia de una atracción física. No podía asegurarlo, pero intuyó que Pablo era gay. Sin embargo, no dejó que eso le afectara y decidió que aprovecharía la coyuntura para terminar cuanto antes el trabajo. César se dio cuenta de que, cuando se insinuaba un poco o hacía un comentario que pudiera interpretarse erróneamente, Pablo reaccionaba tratando de impresionarle con sus ideas para la campaña. Y lo cierto es que la tensión sexual lograba que se le ocurriesen cosas verdaderamente impresionantes. Por supuesto, César no dejó que se le notara, pero supo que el chico llegaría lejos. Le recordaba a él cuando era más joven. A las once de la noche, ya habían terminado. En una hora y media habían hecho el trabajo que un grupo de personas no habían podido realizar en más de seis. Tan contento estaba de haber terminado que llamó a sus amigos para ver dónde estaban.

-¿Te quieres venir?- le dijo César a Pablo.

Al otro lado de la ciudad, Elías besaba el cuerpo desnudo de la dependienta. La estrategia de Tomás no sólo había dado resultado sino que, además, le había ofrecido en bandeja una noche de sexo con Laura. Una noche en la que, según contaría a sus amigos más tarde, había tenido uno de los mejores orgasmos de su vida.
Samuel y Tomás, por su parte, estaban en el interior de un pub de ambiente decorado con espejos donde habían dibujos de siluetas humanas. Era la primera vez que Samuel pisaba un bar de homosexuales pero, tal y como le había prometido Tomás, allí habían mujeres heterosexuales acompañando a sus mejores amigos. Samuel se preguntó por qué existían lazos tan profundos entre los gays y las mujeres. Más fuertes incluso que los que podría haber entre dos mujeres, dos hombres o dos heterosexuales que fueran amigos. Tal vez, pensó, las mujeres se sentían más cómodas con ellos porque no había ninguna tensión sexual y además, no tenían que soportar las soterradas envidias de otras mujeres. De pronto, Tomás se acercó a una y le dijo algo que Samuel no pudo oír. Luego, se acercaron los dos a él.

-Es es mi amigo Samuel. Samuel, ella es Nuria- dijo Tomás.

De nuevo, se acercó al oído de la mujer, una chica de veintinueve años que llevaba el pelo recogido en dos trenzas, y le dijo algo. Justo después de que apartara la cabeza, la mujer se acercó a Samuel y entabló una conversación con él. Sin que se diera cuenta, una cosa llevó a la otra y media hora después se encontró besándose con la chica en medio de un bar de homosexuales. Cuando César entró, lo primero que vio fue a su amigo con una mujer. Inmediatamente pensó que si Samuel había podido acabar con una mujer heterosexual en un bar de ambiente, a él no se le escaparía la próxima. Pero antes de iniciar la caza, César le presentó a Tomás al becario de su empresa.

Ya de madrugada, mientras salía de la casa de Nuria después de haberse acostado con ella, Samuel pensó que la teoría de la homosexualidad tenía que ser cierta. Su existencia era una ventaja para la evolución de la especie.

lunes, 5 de abril de 2010

Capítulo 2: Sexo en Nueva York (Parte II)

Las palabras del bibliotecario retumbaron por toda la casa, y parecía que las paredes repetían incansablemente su pregunta. Los cuatro amigos se quedaron congelados en sus sitios, como si alguien hubiera sacado una foto del momento y los hubiera atrapado allí para siempre. Elías fue el primero en reaccionar y pidió a sus amigos que se disculparan. Tomás pidió perdón por haber mencionado a la ex-pareja de su amigo. Pero Samuel no podía dejar que aquello acabara así, la rabia se le acumulaba en las sienes y no le dejaba razonar.

-Y yo siento haberte visto en los servicios de Ravel con un tío- soltó con furia.
Tomás abrió mucho los ojos cuando supo que su anterior temor se había convertido en una realidad. Se pasó la mano por la frente para quitarse el sudor delator que se le acumulaba. Sintió que el estómago se le encogía y no pudo evitar echarse a llorar desconsoladamente.

-Largaos- dijo entre lágrimas.

César se levantó y salió de la casa sin mediar palabra, dando un portazo. Samuel se sintió fatal viendo sufrir a su amigo y quiso arreglar las cosas, pero el daño ya estaba hecho y sólo consiguió que Tomás se enfureciera.

-Tomás, yo...

-¡Qué os vayáis de una puta vez!- gritó Tomás.

Elías cogió a Samuel por el brazo y le obligó a salir de la casa. Bajaron las escaleras y fueron caminando por la calle en silencio. Después de unos metros, Elías no pudo evitar preguntarle al bibliotecario por qué no había dicho nada.

-No sabía cómo- dijo Samuel arrepentido- La he cagado joder. ¿Qué vamos a hacer?

-No hay mucho que hacer. Él es así.

-No me refería a eso- dijo Samuel chasqueando la lengua- ¿Cuánto hace que nos conocemos?

-¡Uf! No sé. Mucho tiempo.

-¿Y qué clase de amistad tenemos para que nos oculte algo así?

Al día siguiente, Samuel y Elías quedaron para ir a ver a Tomás. Samuel se acercó al call center donde le esperaba su amigo y fueron hasta el teatro. Habían avisado a César, pero se había negado en rotundo sin dar una explicación plausible de su decisión.

-He dicho que no- sentenció César- ¿Te apetece venir conmigo mañana a la cancha?

Samuel supo al instante que la amistad entre Tomás y César se había resentido notablemente. Por lo general, eran ellos dos los que quedaban para jugar al baloncesto dos veces en semana. Ni a Elías ni a él le hacía mucha gracia intentar meter una pelota en un aro de metal.

-¿Y qué pasa con Tomás?- dijo Samuel.

-Nos vemos allí a las cinco- respondió César antes de colgar.

Samuel y Elías entraron en el teatro. Avanzaron por el patio de butacas y se detuvieron a la mitad. Tomás estaba en el escenario ensayando una escena romántica con su compañera de reparto. Cogió a la actriz por la cintura y le acariciaba la mejilla mientras soltaba su texto. Luego, se acercó a sus carnosos labios y la besó apasionadamente.

-No me extraña que nos haya engañado tanto tiempo- dijo Elías en un susurro.- Es un actor de puta madre. El cabrón.

Samuel se limitó a asentir. Aunque su amigo intentaba ver la situación desde un punto de vista cómico, él no podía quitarse de la cabeza el hecho de que su amistad no fuera lo suficientemente íntima como para que Tomás se mostrase tal y como era. El director de la obra concedió unos minutos de descanso después de felicitar a los actores por su inmejorable interpretación. Tomás bajó del escenario y cogió una pequeña botella de agua que había en una mesa colocada a la izquierda de la tarima. Giró el tapón y bebió. Cuando bajó la mirada, observó que sus amigos estaban allí. Fue caminando lentamente hacia ellos.

-¿Qué hacéis aquí?- dijo- Estoy trabajando.

-Sólo será un momento- dijo Samuel antes de que a su amigo se le ocurriera echarles también del teatro- Siento lo que dije ayer, de verdad. Aún estoy superando lo de Rita y me sentó muy mal lo que dijiste. Sé que no es excusa, pero quiero que sepas que lamento lo que pasó. He estado toda la noche pensando en la clase de amistad que tenemos para que nunca nos dijeras nada...
Samuel se quedó con la boca abierta mientras sus amigos esperaban a que terminara de hablar. Su repentino enmudecimiento era debido a que se le había ocurrido una idea radical, una cosa que ningún hombre se había planteado nunca. En cuestión de segundos analizó cuál sería la reacción de sus amigos ante semejante ocurrencia.

-¿Samuel?- dijo Elías

-Lo siento- dijo Samuel sacudiendo la cabeza para centrarse en lo que estaba diciendo- Es que he tenido una idea que podría mejorar nuestra amistad. Pero antes, quiero que sepas- dijo mirando fijamente a Tomás- que no me importa en absoluto que seas...

-¿Marica?- dijo Tomás.

Samuel pensó en la razón por la que le costaba pronunciar la palabra. Estaba descubriendo que no era tan tolerante como pensaba pues, si bien respetaba las diferencias, la concepción que tenía de ellas cambiaba radicalmente cuando las experimentas de cerca.

-Iba a decir homosexual- dijo.

-A mí me la suda también. Yo he tenido una experiencia homosexual- dijo Elías.
Samuel y Tomás le miraron con tanto asombro que parecía que sus ojos iban a salirse fuera de sus órbitas.

-¿Qué?- dijo Elías encogiéndose de hombros- Era joven y no hay que desechar nada hasta que lo pruebas.

Los tres se echaron a reír. Pero Samuel se puso serio enseguida cuando pensó en César y en la partida de baloncesto. Le comunicó a su amigo la oferta que le había hecho para jugar con él al día siguiente y los tres decidieron que había que hacer algo. Luego, antes de que el director diera por finalizado el descanso, Samuel les contó su revolucionaria idea.
Al día siguiente, César calentaba tirando a canasta mientras esperaba a Samuel. Cuando vio que venía acompañado de Elías y de Tomás, fue hasta sus cosas, las recogió, y se dispuso a irse. Tomás fue hasta él y le detuvo colocándole una mano en el pecho.

-¡No me toques!- dijo César apartando de un manotazo el brazo de su amigo.
-Tenemos que hablar- dijo Tomás.

-No tengo nada que hablar contigo. Me mentiste. Nos mentiste a todos- dijo César casi gritando.

César avanzó unos pasos pero Tomás se interpuso de nuevo en su camino, cerrándole el paso.

-¿De qué tienes miedo?- dijo Tomás- ¿Crees que si vas con un maricón la gente pensara que tú también lo eres?

-¡Cállate!- gritó César.

Tomás se dio cuenta de que había dado en la diana. Pensó que la única forma que tenía de solucionar el entuerto era enfrentando a César con sus miedos.

-¿Tienes miedo de que la gente crea que eres maricón? ¿De que los tíos te paren por la calle?

-¡Que te calles!- dijo César dándole un empujón a Tomás.

-¿O tienes miedo de que te guste?

Sin mediar ni una sola palabra más, César le dio un puñetazo a su amigo que, aunque giró la cabeza por el golpe, se recuperó enseguida y se abalanzó sobre su contrincante. Ambos rodaron por el suelo sin dejar de pegarse con los puños donde la guardia de su oponente no era eficaz. Samuel se disgustó por el agresivo comportamiento de sus amigos y quiso ir a separarles, pero Elías se lo impidió.

-Déjales. Lo están solucionando.

Samuel no comprendió las palabras de su amigo y no podía dejar de mirar la escena con aprensión. De pronto, le vino a la cabeza un documental sobre animales que había visto unos días antes. En él se explicaba el liderazgo del macho alfa en un grupo organizado de leones y no pudo evitar compararlos con ellos. César, indiscutible líder de su particular manada, había sido desafiado por el macho beta, Tomás, poniendo en tela de juicio su masculinidad. Supo que Elías tenía razón. Ambos estaban dando sus opiniones al respecto de la forma más primitiva posible: enfrentándose en una pelea. Minutos más tarde, Tomás consiguió noquear definitivamente a su oponente, que quedó tumbado en el suelo. Respirando con dificultad, Tomás le tendió la mano a César que, aunque dudó durante un momento, aceptó la ayuda y la derrota a la vez. Y así, sin decir nada, el conflicto entre los dos quedó solucionado. Samuel observó la escena atónito. Mientras sus amigos se reunían con Elías y con él, pensó que, aunque los hombres habían evolucionado, la ancestral tradición de resolver cualquier tema mediante una reyerta estaba inserta en lo más profundo de la biología masculina.

-¿Os apetece un café?- dijo Tomás.

-Claro. Vamos aquí al lado- dijo Elías.

Samuel se sintió como de otro planeta cuando se dio cuenta de que ninguno de sus tres amigos daba importancia a lo que acababa de pasar. Se encogió de hombros y caminó con ellos hacia una cafetería que había a la vuelta de la esquina. Diez minutos más tarde, ya estaban los cuatro sentados en una mesa con sus respectivas tazas.

-Por cierto- dijo Tomás mirando a César- Samuel tiene una propuesta muy interesante que hacerte. Nos la ha comentado a Elías y a mí y nos parece bien.

César miró a Samuel mientras pensaba en qué otra sorpresa le depararía el día. Suspiró antes de preguntar de qué se trataba.

-Bueno- dijo Samuel- ha surgido a raíz de Sexo en Nueva York.

-Sabía que no debíamos comprar esa serie- dijo César.

-Calla y escucha- dijo Elías.

-Ayer fuimos al teatro a disculparnos con Tomás- dijo señalando a Elías- cuando me vino de pronto la imagen de la serie. Y me di cuenta de una cosa. Los hombres nunca hablan entre sí como lo hacen las mujeres. Tal vez sea hora de probarlo.

-¿Qué quieres decir?- dijo César sin comprender.

-Pues que, a partir de ahora, podríamos compartir todo lo que nos pasa con los
demás.

-Eso ya lo hacemos- dijo César chasqueando la lengua.

Samuel pensó en cómo era posible que su amigo creyera que compartían todo después de lo que había pasado con Tomás.

-Entonces, ¿por qué no sabíamos que Tomás es gay?- dijo Elías.

-¿O por qué no sabíamos que tú te lo habías hecho con un tío?- dijo Tomás sonriendo.

A César casi se le cae la taza de las manos. Miró a Elías horrorizado.

-¿Es que tú también eres marica?- dijo César.

-¡Claro que no!- respondió Elías- Surgió y lo probé.

-¡Joder Elías!- dijo César esperando que se entendiera la confusión que reinaba en su mente.

-La cuestión es- dijo Samuel redireccionando la conversación- que deberíamos probar. Yo creo que es positivo pero, si no nos convence, lo dejamos y ya está. ¿Qué dices?

-No sé. ¿Y todos estáis de acuerdo?- preguntó César.

Sus amigos asintieron. César creía que aceptar la homosexualidad de su amigo iba a ser bastante duro, pero oír hablar a sus colegas como si fueran mujeres, compartiéndolo todo, iba a ser aún peor. Pero, a pesar de su apariencia externa, César les apreciaba mucho, se habían ayudado unos a otros en muchas ocasiones y los consideraba como una segunda familia. Claro que nunca lo decía. Pensó que no tenía nada que perder.

-De acuerdo. Pero si me siento incómodo alguna vez, lo dejo.

domingo, 4 de abril de 2010

Capítulo 1: Sexo en Nueva York ( Parte I)

Los dedos de la joven mano tamborileaban sobre la cubierta del libro. El muchacho no tuvo más remedio que carraspear para que el bibliotecario advirtiera su presencia. Samuel levantó la cabeza y se disculpó. Cogió el libro y el carné del usuario para dar de alta el préstamo y concentrarse así en el trabajo. Pero no podía. Su cabeza no hacía otra cosa que recordarle que su novia le había dejado. Por la noche, Rita había hecho su maleta y esperó a que regresara Samuel para darle la noticia. Él no sospechaba nada, por lo que la separación le hizo sentir más traicionado que abandonado. Llevaban viviendo juntos casi un año, después de que Samuel insistiera para que ella se mudara a su piso. Rita pensaba que era un poco precipitado, apenas llevaban cinco meses saliendo, pero estaba enamorada y no pudo pensar con claridad. Ahora sabía que debía dejar a Samuel.

-Pero ¿por qué?- dijo él.

-Ya te lo he dicho. Necesito a alguien a mi lado que no tema resolver los problemas que tengamos- dijo Rita por enésima vez.

-Pero si no tenemos problemas- dijo Samuel sin entender a qué se refería su novia.

-Ese es el problema. Eres incapaz de ver los problemas.

-¡Es que no tenemos problemas!- se exasperó Samuel.

Para su sorpresa, Rita se echó a reír mientras meneaba la cabeza. Su irónica risotada atravesó el pecho de Samuel como la bala de una magnum. Luego, cogió su maleta y se salió de la casa sin decir nada más. Samuel se quedó un buen rato mirando la puerta sin moverse, convenciéndose de que aquello no era real, que estaba soñando. Pero su dolor no le permitía evadirse tan fácilmente.

Por la mañana, tras el mostrador de la biblioteca, pensaba de nuevo en los problemas que Rita le había dicho que tenían. Sin embargo, mientras devolvía el libro al muchacho, que esperaba pacientemente, llegó a la misma conclusión: ellos no tenían problemas.

-Perdona- dijo Samuel deteniendo al chico que estaba a punto de salir- ¿te puedo hacer una pregunta?

El muchacho retrocedió mientras se encogía de hombros.

-¿Tienes novia?

-Sí- dijo el chico temiendo que tal vez el bibliotecario quisiera ligar con él.

-¿Y te entiendes bien con ella?

El muchacho arrugó la expresión y salió de la biblioteca pensando en lo raro que era Samuel. Pero él sólo quería comprender qué había pasado. Se giró hacia la parte derecha del mostrador y cogió el teléfono. Al otro lado, su amigo Elías le contestó.

-¿Sí?- dijo.

-Soy yo- dijo Samuel.

Acto seguido le contó su ruptura con Rita y le explicó lo que le había dicho. Le preguntó si él entendía a qué se refería.

-¿Y yo qué sé?- dijo Elías. Luego, cambió radicalmente de tema- Recuerda que hemos quedado hoy para comprar el regalo de Tomás.

Con la separación, Samuel había olvidado por completo que César, Elías y él se disponían a recorrer la ciudad buscando algo que regalarle a su otro amigo Tomás. Se conocían desde muy jóvenes. Compartieron clase en el instituto y desde aquel momento no se separaron jamás. Eran de los pocos grupos de amigos que podían presumir de conocerse muy bien. César era el triunfador, un ejecutivo de publicidad que había llegado a lo más alto a sus treinta años. Tenía un coche carísimo, vivía en un ático en pleno centro de la ciudad y las mujeres caían rendidas a sus pies. Pero ninguna había conseguido atraparle. Tomás tenía, además de carisma, una belleza física que mantenía con una estricta dieta y dos horas diarias de gimnasio. Trabajaba como actor en una obra de teatro independiente que, aunque no le convertía en millonario, le permitía vivir de lo que más le gustaba. Elías era un treintañero que aún no había decidido qué hacer en la vida, y subsistía a base de empleos basura destinados a universitarios. Ahora trabajaba de teleoperador y, en sus ratos libres, lo que más le gustaba era ir de juerga. Samuel había aprobado las oposiciones a bibliotecario muy joven, con veintitrés. El sueldo fijo le permitió comprarse una casa que estaría pagando hasta pasados los cincuenta. Era el inteligente del grupo.

-Samuel, ¿estás ahí?

-Sí, me he distraído- dijo- ¿A qué hora hemos quedado?

Por la tarde, los tres amigos caminaban rumbo a los grandes almacenes Ravel, un edificio de cinco plantas situado en el centro de la ciudad. Elías había llegado con una buena noticia. Todos los años, cuando llegaba el cumpleaños de uno de ellos, los otros tres las pasaban canutas para comprar un regalo. Discutían mucho sobre si le iba a gustar o no y casi nunca se ponían de acuerdo. Pero aquel año iba a ser distinto. Por cosas del destino, Elías había quedado aquella mañana con Tomás para tomarse un café juntos antes de entrar a trabajar. El teatro quedaba muy cerca del call center y Tomás tenía que entrar temprano aquel día para hacer un ensayo general con los técnicos de luces y sonido. Mientras esperaba a que su amigo llegara, Tomás recibió una llamada de una amiga suya. Entre otras cosas, hablaron de la serie Sexo en Nueva York y Tomás coincidió con su amiga en que la serie era muy buena. No se percató de que Elías había llegado y esperaba pacientemente a que su amigo terminara de hablar. Pero se quedó con el dato.

-¿Estás seguro?- dijo César- ¿No es una serie de tías?

-Ya, pero sé lo que oí. A lo mejor le gusta porque es actor y hay personajes masculinos interesantes...- se defendió Elías.

-Bueno, es la primera vez que vamos a tiro hecho a comprar un regalo. No desperdiciemos la ocasión- medió Samuel.

Subieron a la segunda planta de los almacenes Ravel y miraron por las estanterías. Como no encontraban la dichosa serie, barajaron la posibilidad de preguntarle a una de los dependientes.

-¡Ah, no! Yo no. No pienso preguntar a nadie por eso- dijo César.

-Iré yo- dijo Elías suspirando.

Se acercó a una dependienta y le preguntó dónde podían encontrarla. La chica señaló con la mano una estantería llena de series y Samuel se preguntó cómo es que no la habían visto. Fue hacia la estantería y vio la inconfundible caja rosa que contenía las seis temporadas. La cogió y se iba a dar media vuelta para marcharse cuando se fijó en un detalle. Paseó la mirada por las series que había expuestas y pudo ver algunas, como la propia Sexo en Nueva York, Mujeres desesperadas, Las chicas de oro o Ally McBeal, en la parte izquierda de la estantería. En la parte derecha, las series que se mostraban estaban dirigidas al público masculino, como El coche fantástico, MacGyver, El equipo A o Los hombres de Harrelson. Samuel se detuvo a pensar en la evidente diferencia que había entre unas series y otras, y no pudo evitar preguntarse si los hombres eran los únicos consumidores de acción y violencia mientras que las mujeres preferían las series que mostraban sentimientos. Le pareció un tópico y rechazó la idea. Al fin y al cabo, ellos estaban allí comprando Sexo en Nueva York para su amigo. Regresó a donde estaba César. Elías no tardó en volver. Había estado hablando con la dependienta sobre la serie, y la chica le dijo que estaba encantada de que los hombres la vieran.

-Me ha dado su número- dijo Elías mostrando un papel.

Genial. Sal con ella. Dale la oportunidad de que se dé cuenta de que la serie te importa una mierda y que sólo ha sido una treta para tirártela- dijo César resoplando- Aficionados. Si quieres llevarte una tía a la cama por medio de una mentira, vas a tener que currártela un poco más. Pero asegúrate antes de que valga la pena.

-Tíos, voy al servicio- dijo Samuel. Luego, le puso la caja a César en las manos- Id pagando.

-Joder, si hasta es rosa- dijo César mirándola con asco.

Elías y él fueron hasta una de las cajas de los almacenes y colocaron la serie en el mostrador. Elías miró a su amigo con cara de pena y César asintió.

-De acuerdo, yo te pago tu parte. Esto no te pasaría si buscases un trabajo de verdad.- dijo César sacando la tarjeta de crédito y su DNI.

La mujer que atendía la caja pasó la serie por el lector de código de barras. Le preguntó a César si tenía tarjeta de socio y él negó con la cabeza. Le comunicó el importe a pagar y César le tendió la tarjeta.

-Sí rellena este boleto puede entrar en el sorteo de unos Manolo Blanhik- le informó la cajera.

-Perdón, ¿cómo dice?

-Es un sorteo. El premio son unos zapatos de tacón- dijo la mujer.

Dos chicas que pasaban en ese momento por la caja se rieron por lo bajo y se alejaron sin dejar de mirar a César.

-Creo que voy a pasar- dijo César irónico.

-Son unos zapatos muy caros...

-Oiga, ¿quiere darme la tarjeta de una vez?- gritó César.

El guardia de seguridad de la planta se acercó para comprobar si había algún problema. La cajera le respondió que no mientras miraba a César con sorna y le devolvía la tarjeta.

En la quinta planta, Samuel entró en el servicio y fue directo a uno de los urinarios de la pared. Cuando terminó, se lavó las manos. Entonces, escuchó un ruido. Levantó la mirada y observó, a través del espejo que, tras él, uno de los servicios tenía la puerta entreabierta. Pensó que no debía mirar, así que agachó la cabeza de nuevo mientras se secaba con una toallita de papel, pero su curiosidad pudo con él. Disimuló que se miraba al espejo para arreglarse el pelo cuando vio que un hombre le hacía una felación a otro. Decidió que ya había visto suficiente cuando cayó en la cuenta de que conocía a aquel tío. Vio claramente a su amigo Tomás arrodillado en el suelo con la cara entre las piernas del desconocido. Samuel se sintió tan avergonzado que salió disparado por la puerta del servicio y bajó corriendo las escaleras. Cuando llegó a la segunda planta, sus amigos, que le estaban esperando, le preguntaron si todo iba bien. A juzgar por su cara, era evidente que no, pero ni Elías ni César insistieron.

Un par de días después, Samuel no se podía quitar la imagen de la cabeza. Habían quedado los cuatro en casa de Tomás para celebrar su cumpleaños. Su amigo les recibió con una copa de vino y brindaron a la salud del homenajeado.

-Bueno, ¿dónde está mi regalo?- dijo Tomás frotándose las manos.

-No sé si te lo mereces- dijo César tendiéndole el paquete.

-Claro que sí- dijo Tomás quitándoselo.

Cuando Tomás vio que el regalo estaba envuelto en un papel de los almacenes Ravel, por un instante se quedó paralizado, pero reaccionó quitándole importancia al hecho de que hubieran hecho la compra en el mismo sitio donde, por primera vez, había tenido un encuentro sexual furtivo. Cuando rasgó el papel y vio la inconfundible caja rosa de Sexo en Nueva York, miró extrañado a sus amigos. Elías dudó por un momento de la conversación que había escuchado, pero se repitió mentalmente que no se había equivocado.

-¿No te gusta?- dijo Elías para salir de dudas.

-Sí, me gusta- dijo Tomás contrariado- ¿Habíamos hablado alguna vez de la serie?

Elías le contó la conversación que había oído dos días atrás y supuso que sería un buen regalo.

-¿Cuándo lo habéis comprado?- preguntó Tomás temeroso ante la idea de que lo hubieran hecho el misma día en el que él había follado en el servicio de Ravel.

-¿Qué importa eso?- dijo Elías.

Samuel no podía mirar a Tomás. Sabía perfectamente por qué había hecho esa pregunta, pero no dijo nada. Se limitó a beber de su copa. Elías propuso ver un capítulo de la serie, más por seguir el consejo de César que por interés. Ante la indiferencia general, Tomás colocó el primer DVD en el reproductor y encendió la televisión. Estuvieron casi media hora viendo el piloto de la serie. Elías tomaba nota para utilizarlo en su cita con la dependienta. César miraba aburrido la pantalla y resoplaba de vez en cuando. Tomás no era capaz de observar el televisor y Samuel seguía con interés el desarrollo del capítulo. Cuando terminó, Tomás apagó la televisión con la idea de dar por terminada la sesión de Sexo en Nueva York.

-¿Qué os ha parecido?- dijo Elías intentando sacar algo para soltárselo a su cita y aumentar sus probabilidades de sexo.

-No entiendo cómo puede gustarte esta serie Tomás. Sólo son cuatro tías contándose chorradas.

-Que la tal Carrie quiera practicar el sexo como los hombres, según ella, sin sentir nada después, me parece un poco machista- dijo Samuel.

Tomás, que hasta ese momento estuvo callado deseando que sus amigos empezaran a hablar de otra cosa, levantó la cabeza y miró a su amigo.

-¿Machista? ¿Por qué?

-Le está negando al hombre la capacidad de sentir- dijo Samuel.

-No es machista. Por lo general, las mujeres se implican mucho más a nivel emocional en las relaciones que los hombres.

Samuel no entendía cómo un hombre que se acostaba con otros hombres podía afirmar una cosa como esa. No pudo evitar subir el tono de voz.

-Eso es una generalización. También hay mujeres que se acuestan con un tío y si te he visto no me acuerdo.

-¡Hombre! No faltaría que en pleno siglo veintiuno la mujer no pudiera follar cuando le viniera en gana.

La conversación se convirtió en discusión y los ánimos se iban calentando por momentos. Elías y César observaban a sus amigos discutir sin entender a qué venía tanta historia.

-No estoy diciendo que no puedan hacerlo- dijo Samuel visiblemente enfadado- digo que ni los hombres somos tan insensibles ni las mujeres tan entregadas.

-A ti lo que te pasa es que estás jodido por lo de Rita- dijo Tomás.

Samuel se levantó de su asiento y señaló a su amigo con el dedo.

-¿Qué sabrás tú, maricón?- gritó Samuel.