martes, 27 de abril de 2010

Capítulo 10: Superhombres (I)

Una semana después del entierro de la madre de Elías, los tres amigos fueron a visitarle a su casa. Se había tomado unos días de baja por defunción de un familiar y no había salido más que para consolar a su hermana y ultimar todo lo referente a la muerte de su progenitora. Tocaron en la puerta y esperaron a que Elías abriera. Como no abría, tocaron de nuevo. Al rato, un somnoliento Elías se dejó ver al otro lado de la puerta.

-¿Te hemos despertado?- preguntó Samuel dándose cuenta de la obviedad de la cuestión.

-No he dormido mucho en estos días- dijo Elías colocándose a un lado para dejar entrar a sus amigos.

Los cuatros se sentaron en el reducido espacio en el que vivía el teleoperador.
-¿Cómo estás?- dijo Tomás.

Por toda respuesta, Elías se encogió de hombros mientras miraba a su amigo sin expresión en el rostro.

-¿Has hablado con tu hermana?- dijo Samuel.

-Sí. No deja de llamarme. Quedamos a menudo. Desde que mi madre ha muerto no para de llorar y de repetir lo que la echa de menos. Viene a mí a desahogarse y luego se va.
Todos sus amigos asintieron.

-Puedes desahogarte con nosotros, si quieres- dijo Tomás.

-Estoy bien, de verdad- dijo Elías.

Pero el gesto se le quebró y unas lágrimas aparecieron en sus ojos. Se echó a llorar en silencio. Nadie diría que estaba llorando si no fuera por las lágrimas y el movimiento acompasado de sus hombros. Tomás se acercó y le abrazó. Samuel pensó que era la primera vez que veía a Elías llorando delante de él. César se removió en el asiento, incómodo. No le gustaba que la gente le pusiera en tesituras que no controlaba, y los sentimientos de los demás era una de ellas. Cuando se hubo calmado, charlaron durante un rato antes de que decidieran irse. Ya en la calle, Samuel comentó sus pensamientos con sus amigos.

-¿Os dais cuenta de que, a excepción de Tomás y de Elías, hoy, nunca nos hemos visto llorar?- dijo.

-¡Eh! ¿Qué insinúas?- dijo Tomás enfadado.

-No, no me malinterpretes. Lo digo de forma negativa. Todos deberíamos habernos visto llorar en alguna ocasión. ¿Por qué creéis que será?

-Supongo que llorar es mostrar debilidad, y eso no es propio “de hombres”- dijo Tomás haciendo el gesto con las manos.

-Claro que no- dijo César.- Y, además, a ellas no les gusta.

-¡Por supuesto que sí!- dijo Tomás.- A las mujeres les gusta el hombre sensible.

-Ése es el rollo que te venden, pero en realidad lo que todas buscan es protección. Si no te lo crees, pregunta qué esperan ellas de un tío. ¡Verás cómo todas dicen eso!

Samuel se quedó pensando en las palabras de su amigo. ¿Era cierto que todas las mujeres querían un guardaespaldas en su vida que las hiciera parecer Whitney Houston? ¿Dónde había quedado la mujer fuerte e independiente que se había alzado como nuevo modelo de feminidad? A Samuel se le ocurrió que, hasta esas mujeres, necesitan de un momento de debilidad. Sin embargo, el hombre no tenía ni un momento de descanso.
César y Tomás se fueron a un bar a tomar una caña. Samuel se despidió de ellos alegando que debía levantarse temprano. En realidad, lo que quería era consultar al informático de la biblioteca. Le llamó por teléfono desde su casa, disculpándose por la hora.

-Necesito que me hagas un favor- dijo Samuel.

Mientras terminaban de beber, un hombre se acercó a ellos. Saludó a César. Éste le reconoció inmediatamente. Era Ángel Ortiz, un antiguo compañero suyo que se había pasado a la competencia. Al irse de la empresa, se llevó con él algunos secretos de las nuevas campañas publicitarias que luego plagiaron legalmente.

-¡Qué sorpresa!- dijo Ángel.- ¿Qué tal el trabajo? He oído que no muy bien. ¿Es cierto?

César se limitó a beber sin mirarle siquiera. Tomás se percató de la incomodidad de su amigo.

-César, ¿nos vamos?- dijo Tomás apurando su caña.

-¿Y éste quién es? ¿Tu novio?- dijo Ángel riéndose.

Todo el bar se volvió hacia ellos.

-Haz el favor de dejarnos en paz si no quieres que te parta la cara- dijo César.

-O sea, que es tu novio. Yo siempre supe que eras de la acera de enfrente- dijo Ángel metiendo cizaña.

Instintivamente, Tomás se acercó a él y levantó su brazo para darle un puñetazo en la cara al insolente, pero César le detuvo.

-Veamos cuánto de macho tienes tú- dijo el publicista.- ¿Te hace una competición? El que beba más tiene que salir a la calle con los pantalones bajados.

A Tomás su propia reacción le pareció violenta y ridícula, pero la proposición de su amigo le dejó atónito.

-¡Qué gilipollez!- dijo Ángel.

-¿Qué te pasa? ¿Tienes que tragarte tus propias palabras?- dijo César.- ¿Eres tú el de la acera de enfrente?

A Tomás no le hacía ni puñetera gracia que utilizaran la homosexualidad como algo descalificativo, pero no dijo nada. Comprendió que su amigo sabía que Ángel no podía soportar la humillación de la vuelta de las tornas y que accedería. Pero no veía en qué salía ganando.

El camarero puso una hilera de chupitos en la barra previo pago. César le contó a Tomás que había visto hacerlo en aquel bar muchas veces y el camarero había optado por cobrar antes, porque después ninguno de los contrincantes recordaba ni cómo se llamaba.

-¿Y aún así lo vas a hacer? Me parece una estupidez- dijo Tomás en voz baja.

-Oye, este es uno de mis bares favoritos y no voy a dejar de venir porque un gilipollas me haya llamado maricón delante de todo el mundo. Tal vez tú puedas vivir con eso pero yo no.

Tomás no sabía ni sentir pena por su amigo o soltarle una bofetada de esas que te duele la mano después. Aquel reto era tan americano que pensó en lo influenciado que estaba el mundo por las tonterías yanquis. Se apartó a un lado y se sentó en un taburete a esperar a que acabase aquel lamentable espectáculo. César y Ángel empezaron a beber chupito. Se suponía que ganaba el que más chupitos tomara, siendo uno entero de diferencia suficiente para alzarse con la victoria. Al principio, Tomás les miraba aburrido, pero a medida que iban bebiendo, se sorprendió a si mismo animando a su amigo. Iban empate cuando Ángel dejó de beber. Se agarraba a la barra para no caerse mientras miraba el próximo vaso. Sin poder evitarlo, su cuerpo cayó al suelo, donde fue atendido por los que estaban alrededor. César supo que aquella era su gran oportunidad para ganar. Cogió el vaso de chupito y se lo puso delante de la boca. Cogió aire con fuerza y tragó lentamente, pero se lo bebió. Puso el vaso en la barra y levantó los brazos en señal de victoria. Acto seguido, se mareó y se apoyó en el taburete. Tomás, extrañamente alegre, le cogió y le ayudó a salir del bar.

-Espera, quiero ver a ese capullo salir sin pantalones- dijo César con dificultad. Apenas se le entendía.

-¡Pero si está en el suelo! La próxima vez que le veas se lo dices y así tendrá que hacerlo sobrio. Será más vergonzoso.

-¿Qué?- dijo César sin entender nada.

-Vamos a casa.

Tomás llevó a César a su casa y le acostó en la cama mientras su amigo no decía otra cosa que incongruencias. Mientras le quitaba los zapatos, César levantó su mano, señalando a su amigo.

-Eres muy guapo. En serio, lo eres. ¡Qué cabrón!

Tomás se acercó al oído para despedirse cuando César le sorprendió besándole en la mejilla.
Por la mañana, Samuel entró en internet y se metió en la página de su biblioteca. Sabía que aún era pronto para tener muchos resultados, pero aún así quiso comprobarlo. La noche anterior había llamado al informático para que pusiera un formulario con una pequeña encuesta. Decía así.

Sólo para chicas
¿Qué buscas en un hombre?
A)Sensibilidad
B)Protección
C)Inteligencia
Sólo para chicos

¿Qué crees que buscan las mujeres en un hombre?
A)Sensibilidad
B)Protección
C)Inteligencia

A pesar de que, como sospechaba, había pasado muy poco tiempo entre que el informático había puesto la encuesta y ese momento y considerando, además, la poca cantidad de gente que usaba el portal de la biblioteca, a Samuel le pareció que mucha personas habían contestado. Y se sorprendió cuando vio que, en la primera pregunta (sólo para chicas), las respuestas estaban muy equilibradas. Pero en la segunda (sólo para chicos), la mayoría había elegido la B como la mejor opción. No era que ella buscaran protección, que las había, sino que nos habían enseñado que eso era lo principal que debíamos aportar a la relación. Samuel imprimió la hoja para enseñársela a César la próxima vez que le viera.
En casa de César, sonó el teléfono. El publicista pegó un brinco. Cogió el auricular y se lo puso como pudo en la oreja. Le dolía mucho la cabeza.

-¿Sí?

-Soy Elías, ¿te he despertado?

-Más bien.

-Era para decirte que si me prestabas tu coche. Necesito llevar a mi hermana a un sitio.

-De acuerdo. Pasa por aquí y te doy las llaves- dijo antes de colgar sin despedirse.

Se llevó la mano a la frente antes de darse la vuelta para seguir durmiendo. Al tumbarse de costado, su mano cayó sobre el torso de alguien. César abrió los ojos asustado y casi se cae de la cama cuando vio que a su lado dormía Tomás.

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