martes, 6 de abril de 2010

Capítulo 3: El gay de la selva

Samuel aún seguía impresionado por la pelea entre sus dos amigos. No podía quitarse de la cabeza la idea de que el hombre era más animal de lo que pensaba. César y Tomás se habían comportado como si vivieran en la selva y les faltara la facultad del raciocinio. Sabía que la agresividad era inherente al ser humano, sobre todo al sexo masculino, pero jamás se le ocurrió pensar que dos amigos llegaran a las manos en lugar de dialogar para resolver sus diferencias. Luego, tuvo una revelación. Era posible que las mujeres conversaran sobre sus problemas, pero jamás pasaban página. En cualquier momento eran capaces de remover el pasado y echarte en cara tal cosa o tal otra. Lo había experimentado con Rita. Cuestiones por las que Samuel se había disculpado salían de nuevo a relucir en una conversación diferente y no precisamente en un corto espacio de tiempo. Aunque los hombres eran más brutos, las cuestiones concluidas a golpes quedaban zanjadas para siempre.

Aquella mañana era especialmente aburrida. Había poco trasiego de usuarios y Samuel ya no tenía nada más que hacer. Había catalogado las nuevas adquisiciones que habían llegado, colocó los pocos libros devueltos en su correspondiente sitio y ya había leído el periódico del día. Entonces, miró la pantalla de su ordenador y se le ocurrió que podía buscar en la red algunas cuestiones acerca de la homosexualidad. Mientras hojeaba páginas de asociaciones, revistas especializadas y pasaba de las entradas pornográficas, dio con una información que le resultó reveladora. Ningún investigador sabía aún por qué existía la homosexualidad. Samuel siempre había pensado que los homosexuales nacían con esa tendencia. Él no sabía por qué era heterosexual, simplemente lo era, así que pensaba que a los gays les ocurriría lo mismo. Pero no se había dado cuenta de un pequeño pero importantísimo detalle: a nivel evolutivo, la homosexualidad era inútil. Ser heterosexual implica la posibilidad de procrear. ¿Por qué la naturaleza había decidido mantener a seres potencialmente estériles? Samuel investigó en internet la homosexualidad en el reino animal. Descubrió que, en algunas especies, el comportamiento homosexual favorecía la cooperación entre los machos, más dispuestos a aliarse ante un enemigo común. Por otro lado, existían otras especies que consideraban la violación homosexual como una forma de mostrar su agresividad y, al ser violado, el macho renunciaba a competir por sus parejas sexuales. Por último, en algunas especies, como las abejas o las hormigas, algunas de ellas se sacrificaban por el bien de la colonia y jamás se reproducían. Aunque ninguno de los ejemplos explicaba por qué existía la homosexualidad, Samuel sacó en claro una cosa: en animales que vivían en grupos, si la existencia de individuos homosexuales favorecía en alguna medida al resto, ese rasgo se mantendría, ya que, en términos evolutivos, los grupos con homosexuales saldrían ganando.

Samuel salió de la biblioteca. Había quedado con sus tres amigos para comer. Mientras andaba, le daba vueltas a toda la información que había leído. Tenía muchas ganas de comentar lo que había descubierto. Llegó el primero al restaurante, así que se sentó en una mesa a esperar a sus amigos mientras hojeaba la carta. El primero en aparecer fue Tomás.

-¿A qué no sabes qué he descubierto hoy?- dijo Samuel sonriente.

Samuel le contó a Tomás lo que había leído en internet, pero éste no se enteraba de nada. Su amigo hablaba con tanta pasión y entrega que había descuidado la claridad a la hora de exponer sus hallazgos. Cuando Samuel quiso ordenar sus pensamientos para que Tomás entendiera lo que quería decirle, llegaron Elías y César. Después de comentar brevemente qué había sido de su vidas en el poco tiempo en el que no se habían visto, casi todo referente al trabajo, pidieron a la camarera los platos que iban a tomar.

-Voy a salir de nuevo con Laura- dijo Elías.

-¡Es verdad, la dependienta! ¿Qué tal fue vuestra primera cita?- preguntó Samuel.

Los tres amigos se giraron hacia él y le interrogaban con la mirada. Le había tocado a Elías comenzar a cumplir la promesa de hablar de todo como si fueran mujeres. No sabía por dónde empezar, así que les contó cómo había ido todo. Fueron al cine y después cenaron en un restaurante italiano. Aunque trabajaba como dependienta, Laura se había revelado como una persona muy culta que no paraba de hablar de cine, literatura, música, política... cualquier tema era bueno para ella. El relato de los acontecimientos hubiera acabado ahí si no fuera por la promesa, así que Elías cogió aire y soltó de golpe su temor.

-Me gusta, quiero volver a verla, pero no quiero que piense que... que soy... que no se puede hablar conmigo de nada.

Elías agachó la cabeza. Aunque en un primer momento estaba avergonzado de su revelación, se sintió mejor a medida que pasaban los segundos, así que decidió continuar expresando lo que sentía.

-Teníais que habernos visto. Ella hablando sin parar y yo asintiendo como un idiota. ¡No sabía qué decir!

-Pero habló de muchos temas. ¿No opinaste de ninguno?- dijo Samuel.

-Sí... bueno, no. No sé.- dijo Elías mientras hacía memoria.

-Las tías son increíbles- dijo César de repente- Si eres tú el que no para de hablar, es que no sabes escuchar. Y si te limitas a escuchar, entonces es que no tienes nada que decir y, por lo tanto, eres un tonto. ¡No hay quién las entienda!

Sus amigos le miraron mientras afirmaban con la cabeza. Samuel se felicitó interiormente por su idea porque supo, en aquel instante, que iba a hacerles mucho bien. Jamás había escuchado a César quejándose de lo incomprendido que se sentía cuando empezaba a conocer a una mujer. Era un gran paso.

-¿Qué hago?- dijo Elías.

-Ni idea- dijo Samuel negando con la cabeza. César se unió a él haciendo lo mismo.
-Vamos a ver- dijo Tomás- Si es una tía que no para de hablar de diferentes temas y tú no eres capaz de entrar en la conversación, lo único que tienes que hacer es sacar tú los temas y hacer que ella participe.

-Tiene lógica- concedió Samuel.

-¿Y de qué hablo? ¿De fútbol? ¿De motos?- dijo con cara de pena.

Los tres amigos de Elías se echaron a reír. Sabían perfectamente que hablar de fútbol o motos era el asesinato de la cita. Casi ninguna mujer heterosexual se interesaba por esas cosas.

-No, no- dijo Tomás- Algo que sepas que va a interesarle.

-¿Y yo qué cojones sé? Lo único que se me ocurrió fue hablar de Sexo en Nueva York, pero tendría que tragarme la serie entera para poder opinar y, sinceramente, no me apetece.

-¿Sabes qué? Háblale de mí- dijo Tomás.

Elías pensó que su amigo se había vuelto loco. La sugerencia de Tomás era peor que los temas que él había propuesto. No entendía cómo mejoraría su situación hablándole a Laura de uno de sus amigos. En los pocos segundos que transcurrieron antes de que abriera la boca, a Elías se le ocurrió que, tal vez, su amigo se proponía como tema debido a su profesión. Pero si decía que tenía un amigo actor, Laura empezaría a hablar de nuevo de cine, o peor, de teatro, del que Elías no sabía prácticamente nada.

-No lo entiendo- dijo finalmente.

-Háblale de mi homosexualidad, de la que no sabías nada y de cómo eso ha derivado en nuestro pequeño pacto. Le encantará. Adula a la mujer y a su facilidad para expresarse con su círculo de amigas.

Elías asentía con la cabeza mientras la idea que le propuso Tomás adquiría mucho sentido en su cabeza. Cada vez estaba más convencido de que era muy buena idea. En ese momento, trajeron su comida y desviaron la conversación hacia cosas intrascendentes.

-Es viernes. ¿Os apetece tomar algo esta noche?- dijo Tomás de repente.

-No puedo. Tengo que quedarme hasta tarde en la oficina. El lunes a primera hora tengo una presentación muy importante- dijo César.

-Yo tengo una cita- dijo Elías más animado ante la solución proporcionada por su amigo.

-¿Y tú Samuel? ¿Te apuntas?- dijo Tomás.

-Vale.

A las ocho de la tarde de aquel viernes, César aún retenía a su equipo en la sala de juntas. Había decidido que nadie saldría de allí hasta que el trabajo estuviese terminado. Prefería ocupar todo el día en aquello que estar dándole vueltas durante el fin de semana. Pero sus subordinados no estaban de acuerdo con aquella política y ya estaban apareciendo los primeros signos de amotinamiento. A las nueve de la noche, el levantamiento popular se hizo inevitable, y todo el mundo reclamó su derecho a irse a casa. Al fin y al cabo, él era el jefe y cobraba más, por lo tanto la responsabilidad era suya. Si alguien tenía que quedarse a trabajar hasta tarde, era él. Media hora más tarde, César ya no pudo contener a la gente, que no rendía a causa de sus desesperadas ganas de marcharse, así que decidió dejarles ir. Mientras recogían sus cosas y salían por la puerta, César estudiaba las últimas ideas que se habían propuesto, descartando algunas y subrayando aquellas que había que seguir. Cuando levantó la cabeza, se dio cuenta de que todo el mundo se había marchado sin despedirse. Todo el mundo excepto un joven, un becario que acababa de entrar en la empresa.

-¿No te vas a casa?- dijo César- Perdona, no recuerdo tu nombre.

-Pablo. Sé lo importante que es conseguir esta cuenta para la empresa, así que me quedaré aquí para ayudarle.

-Gracias- dijo César impresionado por la ambición del chico.

-Un placer.

Aquellas dos palabras alertaron a César. El tono del voz de Pablo había sido tan sugerente que su experto radar de señales sexuales le había advertido de la presencia de una atracción física. No podía asegurarlo, pero intuyó que Pablo era gay. Sin embargo, no dejó que eso le afectara y decidió que aprovecharía la coyuntura para terminar cuanto antes el trabajo. César se dio cuenta de que, cuando se insinuaba un poco o hacía un comentario que pudiera interpretarse erróneamente, Pablo reaccionaba tratando de impresionarle con sus ideas para la campaña. Y lo cierto es que la tensión sexual lograba que se le ocurriesen cosas verdaderamente impresionantes. Por supuesto, César no dejó que se le notara, pero supo que el chico llegaría lejos. Le recordaba a él cuando era más joven. A las once de la noche, ya habían terminado. En una hora y media habían hecho el trabajo que un grupo de personas no habían podido realizar en más de seis. Tan contento estaba de haber terminado que llamó a sus amigos para ver dónde estaban.

-¿Te quieres venir?- le dijo César a Pablo.

Al otro lado de la ciudad, Elías besaba el cuerpo desnudo de la dependienta. La estrategia de Tomás no sólo había dado resultado sino que, además, le había ofrecido en bandeja una noche de sexo con Laura. Una noche en la que, según contaría a sus amigos más tarde, había tenido uno de los mejores orgasmos de su vida.
Samuel y Tomás, por su parte, estaban en el interior de un pub de ambiente decorado con espejos donde habían dibujos de siluetas humanas. Era la primera vez que Samuel pisaba un bar de homosexuales pero, tal y como le había prometido Tomás, allí habían mujeres heterosexuales acompañando a sus mejores amigos. Samuel se preguntó por qué existían lazos tan profundos entre los gays y las mujeres. Más fuertes incluso que los que podría haber entre dos mujeres, dos hombres o dos heterosexuales que fueran amigos. Tal vez, pensó, las mujeres se sentían más cómodas con ellos porque no había ninguna tensión sexual y además, no tenían que soportar las soterradas envidias de otras mujeres. De pronto, Tomás se acercó a una y le dijo algo que Samuel no pudo oír. Luego, se acercaron los dos a él.

-Es es mi amigo Samuel. Samuel, ella es Nuria- dijo Tomás.

De nuevo, se acercó al oído de la mujer, una chica de veintinueve años que llevaba el pelo recogido en dos trenzas, y le dijo algo. Justo después de que apartara la cabeza, la mujer se acercó a Samuel y entabló una conversación con él. Sin que se diera cuenta, una cosa llevó a la otra y media hora después se encontró besándose con la chica en medio de un bar de homosexuales. Cuando César entró, lo primero que vio fue a su amigo con una mujer. Inmediatamente pensó que si Samuel había podido acabar con una mujer heterosexual en un bar de ambiente, a él no se le escaparía la próxima. Pero antes de iniciar la caza, César le presentó a Tomás al becario de su empresa.

Ya de madrugada, mientras salía de la casa de Nuria después de haberse acostado con ella, Samuel pensó que la teoría de la homosexualidad tenía que ser cierta. Su existencia era una ventaja para la evolución de la especie.

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