domingo, 11 de abril de 2010

Capítulo 5: Cuestión de tamaño

La tarde de aquel sábado, César había convencido a sus amigos para jugar al baloncesto. Tomás echaba de menos sus citas semanales para practicar el deporte, pero entendía que su amigo necesitara aún algún tiempo para lidiar con su recién comunicada opción sexual. No podía quejarse, César había reaccionado mejor de lo que esperaba después de la pelea, yendo a un bar de ambiente y presentándole a su joven becario, pero sabía que, en el fondo, había un miedo inconsciente a quedarse a solas con él. Por otro lado, Elías y Samuel no estaban tan contentos con la propuesta. A ninguno le gustaba jugar al baloncesto, se les daba muy mal, y aceptaron a regañadientes después de que César les prometiera que Tomás y él accederían el próximo fin de semana a realizar cualquier idea que tuvieran. Ya estaban los tres en la cancha esperando a que el publicista llegara. Oyeron el ruido de un potente motor detrás de ellos y giraron la cabeza para mirar. Vieron a su amigo descender de un flamante coche, un mercedes azul marino, y cerrar las puertas con el control a distancia que sostenía en la mano derecha.
-Siento llegar tarde- dijo César sonriente esperando a que alguno hiciera algún comentario de su nueva adquisición.
Dejó la mochila con el resto de cosas de sus amigos y se acercó a ellos. Ninguno abrió la boca.
-¿No vais a decir nada?- preguntó César extrañado.
Sus amigos reaccionaron y empezaron a preguntarle a la vez, por lo que César no entendió nada. Levantó las manos para que se callaran y se limitó a dar la información que creyó conveniente.
-Es nuevo, lo he comprado esta mañana- dijo. Luego añadió con ironía- ¿Y vosotros qué habéis hecho?
-Yo casi echo un polvo- dijo Samuel.
Sus amigos le miraron con sorpresa antes de volver a preguntar atropelladamente toda clase de cuestiones. Samuel repitió el gesto que segundos antes había hecho César y les contó qué había pasado. Primero, les relató el incidente de la puerta en el que una desconocida le había explicado que no necesitaba la obsoleta caballerosidad de Samuel. Luego, narró con todo lujo de detalles lo que había pasado aquella mañana. Resultó que se la había vuelto a encontrar y no quiso perder la oportunidad de explicarle por qué le había cedido el paso, todo en un tono que dejaba implícito que consideraba que había sido una maleducada. Cuando terminó, se dio la vuelta para irse y no dejarle oportunidad de réplica cuando la mujer se disculpó y le invitó a tomar un café. Se llamaba Tania y trabajaba como enfermera en un hospital. Su hermana vivía en el mismo edificio que Samuel e iba a visitarla a menudo. Estuvieron dos horas hablando. Samuel notó que había química entre ellos y lo ratificó cuando Tania sugirió que fueran a su piso. Al bibliotecario jamás le habían entrado de una forma tan descarada y menos a las doce de la mañana, pero no quiso perder la oportunidad de empezar el día con tan buen pie. Subieron a su casa y, por cortesía, el bibliotecario le iba a ofrecer a Tania algo de beber, pero ella se abalanzó sobre él y le besó con furia. Sorprendido por el ataque de pasión de la hermana de su vecina, Samuel estuvo a punto de apartarla. Pero, por una vez, decidió que tenía que ser salvaje y dejarse llevar por sus instintos, así que le arrancó la camisa a su casual amante y le besó los pechos. Ella bajó la mano por el abdomen y le tocó la entrepierna.
-Y hasta ahí llegamos- dijo Samuel un poco avergonzado. Sabía que había sido idea suya, pero compartir sus líos de cama, y más aún sus fracasos, le costaba mucho.
Esperó a que sus amigos dijeran algo pero estaban tan sorprendidos con la confesión de Samuel que aún la estaban asimilando. Después de un rato, Tomás habló.
-Bueno, antes de analizar la situación me gustaría felicitarte por haber compartido esto con nosotros. No ha debido ser fácil y has demostrado creer firmemente en tu idea de estrechar nuestra amistad. Eres el primero que ha contado una experiencia de cama- dijo.
Los otros asentían pero no dijeron nada. En su interior se estaban preguntando si ellos habrían sido capaces de compartir algo así. Pero Samuel se dio cuenta de que sus amigos habían malinterpretado sus palabras. Se apresuró a aclarar que no es que se hubiera excitado tanto que había eyaculado sin remedio. Sus amigos relajaron la expresión, aliviados por no tener que hablar sobre ese tema.
-Entonces cuéntanos. ¿Qué pasó cuando te... ya sabes... cuando te... tocó?- dijo Tomás.
-Dijo que tenía que irse, que había olvidado que tenía que hacer algo urgente, y salió de mi casa- dijo Samuel.
-¿Tú qué crees que pasó?- siguió preguntando Tomás.
-No tengo ni idea.
De repente, sus amigos se echaron a reír. Ninguno tenía intención de hacerlo, por lo que intentaban controlarse, pero no podían.
-No tiene gracia. ¿Acaso hice algo para asustarla de aquella manera?
-Cuando te tocó- dijo Tomás señalando su propia entrepierna- ¿estabas excitado?
-¡Claro que sí!- se enfadó Samuel- ¿Qué insinúas?
-No, no me malinterpretes- dijo Tomás- No voy por ahí.
Sus tres amigos se echaron a reír de nuevo, consiguiendo que Samuel se enojara aún más.
-No puedo creer que aún no sospeches por dónde vamos- dijo César- Tomás quiere decir que tal vez tu herramienta no sea lo suficientemente grande.
Elías asintió mirando fijamente a Samuel.
-O tal vez sí lo es. Demasiado- añadió Tomás mirando a César.
Al publicista jamás se le hubiera ocurrido que la mañana de sexo frustrado de Samuel estuviera relacionada con un problema de exceso. Se puso serio de repente y miró a Elías, que esta vez le asentía a él.
-¿Y bien?- dijo Tomás
-¿Y bien qué?- dijo Samuel a la defensiva.
-Sácanos de dudas- dijo Elías.
Samuel creyó que sus amigos se habían vuelto locos. Ni por la cosa que más deseara en el mundo les diría a sus amigos si iba falto o sobrado. Entonces, se le ocurrió una idea.
-Os lo diré si vosotros también lo hacéis.
Sus amigos se miraron entre ellos. La idea de compartir sus medidas íntimas con el resto era algo que ninguno estaba dispuesto a hacer.
-¡Ni de coña!- dijo César- Lo que faltaba.
-Dijimos que lo íbamos a compartir todo- dijo Samuel metiendo cizaña.
-¡No pienso deciros cuanto me mide el nabo! ¿Está claro?- gritó César- Ahora, vamos a jugar de una puñetera vez.
Tomás y Samuel jugaron en un equipo contra César y Elías. Estuvieron jugando poco más de una hora hasta que los menos seguidores del baloncesto decidieron que ya era suficiente. Se sentaron un rato a descansar antes de irse cada uno a su casa, no sin antes quedar para salir un rato por la noche. Cuando llegó a su casa, Samuel recordó mentalmente la erótica escena que había vivido por la mañana y tuvo una potente erección. Se miró los pantalones cortos. La erección era evidente pero no sabía decidir si era mucho, poco o normal. En cuestión de tamaño, ¿qué era lo normal? Se dio una ducha y luego se sentó ante su ordenador portátil. Se conectó a la red y buscó páginas con información sobre el tamaño del pene. La mayoría estimaban que el tamaño medio oscilaba entre los catorce y dieciséis centímetros. Si aquello era cierto, Samuel tenía un pene más grande de lo normal. ¿Era por eso por lo que Tania había huido despavorida? Jamás había obtenido ni quejas ni halagos de sus otras parejas sexuales, por lo que nunca había pensado que estuviera especialmente dotado. Supuso que nunca se lo había preguntado porque jamás había pensado en ello como en un problema. ¿Hubiera sido distinto de haber tenido un pene más pequeño? Samuel sospechaba que sí porque, por lo general, era un tema que preocupaba a muchos hombres. Lo que nunca se le había ocurrido es que las mujeres también se preocupaban por ello. ¿Realmente les importaba a las mujeres el tamaño? Siguió buscando más páginas sobre el tema cuando encontró una información que le resultó curiosa y temible a la vez. En la selección natural, aquellos machos que desarrollaban algunas cualidades por encima de la media eran los que tenían más posibilidades de reproducción. Leyó el caso del pavo real, cuyo vistoso plumaje no le servía para nada a la hora de echarse a volar y sólo atraía el peligro, ya que se hacía más visible a los depredadores. Sin embargo, aquellos que tenían unas plumas grandes y con muchos colores son los que, por lo general, conseguían aparearse. Samuel pensó si aquello significaba que las mujeres realmente se sentían atraídas por un buen manubrio, por poseer todo tipo de ventajas económicas, como un buen piso, un coche, una ristra de tarjetas de crédito; o por rasgos de la personalidad como la inteligencia, la cultura y el sentido del humor. O peor aún ¿y si querían todo lo anterior?
Mientras regresaba a su casa en su nuevo coche, César le daba vueltas al tema del tamaño. Sus amigos no sabían que estaba realmente obsesionado con él. Para el publicista, su pene no era lo suficientemente grande y siempre se guardaba mucho de mostrarlo ante otros hombres. Cuando iba a un servicio público, siempre iba a los inodoros, nunca al urinario, y jamás se duchaba en el gimnasio delante de sus iguales. Llegó a su casa y aparcó el coche. Cuando apuntó la llave para poner el seguro, se dio cuenta de que su automóvil era bastante grande, y se preguntó si era una manera inconsciente de paliar su falta de virilidad.
Por la noche, mientras estaban sentados en una terraza con una copa cada uno, ninguno de los cuatro decía nada. Hacía media hora que estaban juntos y ninguno había dicho ni una palabra más que para decidir dónde iban a echarse un trago.
-Esto es ridículo- dijo Tomás- Hablemos del tema. Nos sentiremos mucho mejor. ¿Realmente creéis que el tamaño les importa?
-¿Y a vosotros? ¿Os importa?- dijo César con ironía. Luego se arrepintió de haber hecho una pregunta como aquella.
Tomás notó que se ruborizaba, pero sabía que debía ser sincero con su respuesta.
-Si os digo la verdad, sí, importa. Y supongo que a las mujeres también- dijo.
-Tal vez- dijo Elías- la importancia que les dan ellas a la polla es la misma que le damos nosotros a, por ejemplo, las tetas.
Los tres amigos asintieron pensando que Elías no iba muy desencaminado. Los tres heterosexuales sabían que la atracción ejercida por una buena delantera no era nada comparable con la inteligencia que podía poseer otra menos dotada.
-Eso podría tener cierta lógica si nosotros fuéramos mostrando el bulto a cada momento. Ellas pueden insinuar sus pechos, pero no soportan que nosotros hagamos lo propio con la entrepierna- dijo Samuel.
-Tienes razón- dijo César- Ellas pueden atraernos con sus voluptuosidades, incluso tocárselas en público, colocárselas, pero nosotros no podemos recolocarnos la polla si nos apetece.
-Por lo que escucho decir a las tías, al igual que los homosexuales, no les importa el tamaño siempre que sea una cosa normal- dijo Tomás.
-¿Pero qué es lo normal?- preguntó Elías.
Instintivamente, todos se miraron la entrepierna preguntándose si lo que tenían era suficiente. Aunque habían llegado a la conclusión de que el tamaño no era tan importante si se trataba de una medida media, aún seguían con la preocupación en la cabeza.
-Está bien- dijo Tomás.- Acabemos con esto de una vez. A mí me mide quince centímetros.
Todos los demás se quedaron horrorizados, no por el tamaño del pene de Tomás, sino porque significaba que ellos también debían compartir sus medidas.
-¡Qué cojones! Yo tengo trece. ¿Y sabéis qué? No necesito más- dijo Elías bebiendo un sorbo de su copa, muy digno.
La nueva información alegró tanto a César que no pudo evitar comentar que a él le medía lo mismo. Estaba muy contento de saber que su medida era normal, que otros hombres, como su amigo, gastaban la misma talla que él. De repente, se había quitado un peso enorme de encima. Tenía tanto miedo de compararse con otros hombres que se había perdido la oportunidad de comprobar que su tamaño era normal.
-La mía mide diecinueve centímetros- dijo Samuel con la voz baja.
Tomás, que en ese momento estaba bebiendo de su copa, escupió el líquido y empezó a toser. Sus otros dos amigos se quedaron mirándole boquiabiertos.
-No me extraña que la Tania esa saliera corriendo- dijo Tomás mientras se recuperaba de su ataque de tos.

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