lunes, 19 de abril de 2010

Capítulo 8: Fiesta en la piscina

Antes de que se fueran de la casa de Samuel, Tomás les anunció que estaban todos invitados al día siguiente a una fiesta en la piscina de un amigo actor. Todos los años, su amigo organizaba una fiesta para despedir el final del verano. Daniel y Tomás se conocían desde hacía muchos años, cuando ambos entraron a estudiar arte dramático en la RESAD. Ahora, Daniel llevaba cinco años con un papel principal en una serie de éxito que le había permitido comprar una casa a las afueras que aún estaba pagando. Y que tardaría mucho en terminar de pagar. Sin embargo, desde que la adquirió tuvo claro que, una vez al año, aprovecharía su situación para montar una buena fiesta y se le ocurrió que el final del verano, como la canción, era una buena excusa.

-¿Cómo es que nunca nos has invitado antes?- dijo Elías.

Tomás sabía que esa pregunta se le ocurriría a alguno, pero no podía dejar de lado a sus amigos de toda la vida en más aspectos de su vida.

-Daniel es gay. Y casi todos sus amigos son gays.

-¿Quieres decir que los únicos heteros vamos a ser nosotros?- dijo César con los ojos muy abiertos.

-Y la mayoría de las mujeres que vayan- afirmó Tomás.

-Me apunto- dijo Elías.

-Y yo- dijo Samuel.

-No podemos ser tan desconsiderados como para rechazar la invitación de tu amigo- dijo César sonriendo forzadamente.

Ya- dijo Tomás.

Se despidieron hasta el día siguiente. César había hecho en un momento la planificación del viaje. Calculó en segundos cuánto tiempo tardaría en recoger a cada uno de sus amigos y cuál era el mejor orden de recogida. Al final, decidió que pasaría primero a por Elías, luego a por Tomás y, por último, recogería a Samuel porque su casa estaba más cerca de la carretera que debían tomar.
Cuando se quedó solo, Samuel se sentó frente al ordenador para buscar información en internet sobre el modelo masculino tradicional que tantos quebraderos de cabeza habían causado a hombres y mujeres a lo largo de la existencia. Modelo por el que, por otro lado, habían sido educados y, por lo tanto, actuaban siguiendo sus dictados aunque no fueran conscientes de ello. Descubrió algunas páginas donde ofrecían bibliografía que trataban aquellos temas, y se conectó al catálogo en línea de su biblioteca para ver si disponían de ejemplares de aquellos libros. Colocó el título en el formulario de búsqueda, en el campo del mismo nombre, y comprobó que sí tenían dichos libros. Apuntó las signaturas para poder localizarlos y guardó el papel con la intención de sacarlos en préstamo el lunes a primera hora, en cuanto entrara por la puerta.
Al día siguiente, César apareció con el resto de sus amigos a las once en punto, tal y como había dicho. Recorrieron durante cuarenta minutos el trayecto que les separaba de la casa de Daniel. Cuando llegaron, ya había mucha gente allí. Y, sobre todo, muchas mujeres. Tomás entró el primero y fue saludando a casi todo el mundo, la mayoría hombres a los que saludaba con besos en los labios, pequeños picos que se daban antes de un buen abrazo. Samuel sintió envidia. Los homosexuales se habían despojado de todo signo de masculinidad tradicional y se mostraban afecto de verdad, físicamente. Eso es en lo que iba pensando la semana anterior cuando habían salido a tomar unas copas y había observado que el alcohol desinhibía a sus amigos hasta el punto de mostrase cariño. Aquellos hombres lo hacían como algo natural, tal vez porque, como ese comportamiento estaba asociado a la homosexualidad, lo habían adoptado reafirmando así su condición. Samuel supo que hasta que los heterosexuales aprendieran a restarle importancia al hecho de que pudieran confundirlos con homosexuales, aquellas pautas de comportamiento estaban vetadas. Sin embargo, luego se le ocurrió pensar en lo que le pasaría por la cabeza a una supuesta novia suya si saludaba a sus amigos de aquella manera. ¿Lo permitiría? ¿Comprendería la amistad tan sana que tenían? ¿O saldría corriendo horrorizada pensando que aquello no era normal?
Cuando llegaron a donde estaba Daniel, Tomás presentó a sus amigos. Después de unas palabras de cortesía, les indicó dónde podían dejar su ropa. Mientras caminaban hacia una habitación, César cogió a Tomás por el brazo.

-¿Hay que estar todo el día en bañador?- dijo asustado.

-Claro. Es una fiesta en una piscina ¿qué esperabas?- dijo él sin entender.

-No pienso estar todo el día en bañador delante de un montón de maricones- dijo.
Tomás le miró con rabia. Se arrepintió de haber traído a sus amigos.

-Puedes irte si te da la gana- dijo Tomás quitándose los pantalones y la camiseta y quedándose con un bañador corto de color rojo.- Yo me voy con mis amigos los maricones.

Tomás salió por la puerta y dejó a los otros tres sin saber qué hacer.

-Eres un capullo- dijo Elías.- Nos trae aquí para que conozcamos todo lo que nos ha ocultado durante años y tú tienes que abrir la bocaza.

-Es todo por su ego- se unió a Samuel a la protesta- Se cree tan guapo que todos van a caer rendidos a sus pies.

César se puso rojo de vergüenza y agachó la cabeza, consciente de que había herido los sentimientos de su amigo y había cabreado a los otros dos. Elías y Samuel salieron de la habitación con un bañador tipo bóxer y uno tipo slip, respectivamente. César cogió aire y supo que no debía ofender más a Tomás con su marcha, así que sacó fuerzas y se quitó la ropa. Su bañador, parecido al de Tomás pero de color verde manzana, se lo había comprado la tarde anterior especialmente para la ocasión. Salió de la habitación y caminó hasta llegar a la piscina. Mientras buscaba a sus amigos con la mirada, notó que muchos hombres le miraban descaradamente. Se dijo para sí que aquello era normal y que no debía darle más importancia de la que tenía. Vio a sus amigos donde se habían encontrado antes con Daniel y se acercó a ellos con una sonrisa forzada. Tomás le miró y le perdonó con la mirada, consciente del esfuerzo que estaba haciendo su amigo por integrarse. Menos mal que le había contado antes el problema de sus amigos a Daniel, que actuó rápidamente. Los llevó hasta un grupo de mujeres, amigas suyas, y los presentó. Cinco minutos después de haber roto el hielo, ninguno se sentía fuera de lugar, ni siquiera César, que ya estaba desplegando todos sus encantos. Dos horas después, la fiesta estaba muy animada, el alcohol había eliminado cualquier resto de incomodidad y todo el mundo se divertía.
Un hombre se acercó a Samuel y le preguntó dónde había comprado el bañador, que era muy bonito. El bibliotecario se sinceró y confesó que había sido obra y gracia de su amigo Tomás, y le señaló con el dedo. Luego, el hombre se presentó y dijo que se llamaba Leandro. Trabajaba como maquillador para una conocida firma de cosméticos. Samuel explicó que él era bibliotecario.

-¿Eres gay?- dijo.

-¿Yo? No, no- contestó Samuel.

-Pues estoy seguro de que hoy se te van a acercar muchísimos- dijo Leandro.

-¿A mí? ¡Qué va!- dijo Samuel riendo.- Aquí hay muchos hombres más guapos que yo.

-Sí, pero ellos no tienen tu carta de presentación- dijo Leandro señalando su entrepierna con la mirada antes de irse.

A pocos metros, Elías y César hablaban y se reían con un grupo de mujeres. Ellas se tiraron al agua jugueteando y los dos amigos se tiraron detrás de ellas haciendo que las perseguían. Las mujeres gritaban divertidas y salieron de la piscina para evitar que las cogieran. Luego salió Elías, seguido de César. Cuando llegó al borde, César notó que todas las chicas se fijaban en él y se sintió henchido de orgullo. Pero al agachar la cabeza para sacudir el pelo, se fijó en que su bañador no ocultaba nada de lo que se suponía tenía que esconder. La humedad y el claro color de su traje de baño no dejaba nada a la imaginación. La mujeres que le miraban empezaron a reírse por lo bajo. César se metió de nuevo en el agua y le pidió a Elías que le trajera una toalla. Notó cómo se ruborizaba. Un hombre que andaba cerca, fue hasta allí y se dirigió al grupo femenino.

-Debería daros vergüenza. No hay nada de lo que reírse. ¿Acaso nos reímos nosotros porque se os noten los pezones a través de la tela o los labios?- dijo el hombre con el descaro con el que sólo un homosexual sabe dirigirse a una mujer.

La chicas se alejaron de allí y Elías le tendió una toalla a su amigo, que pudo por fin salir del agua.

-Gracias- dijo César.

-De nada. Es que estoy harto de que todo el mundo considere que el cuerpo femenino es más bonito y que se hizo para mostrarlo, mientras que los hombres tenemos que ocultar el paquete. ¡Y no digamos ya si tienes una erección!- dijo el hombre visiblemente enfadado.

Luego, se marchó dejando a Elías y a César pensando en lo que acababa de decir. Y ambos sabían que tenía razón.
Al otro lado de la fiesta, y ajeno a lo que pasaba con sus amigos, Tomás hablaba con un amigo que Daniel le había presentado. Era el hermano de su nuevo representante, Alex, con el que había congeniado muy bien y que tantas veces le había dicho al actor que tenía que presentárselo. Llevaban ya una hora hablando y Tomás pensó que Daniel tenía muy buen gusto con los tíos. Estaba encantado de que se lo hubiera presentado y esperaba terminar con él la fiesta. Acababa de pensar en la posibilidad de irse con él cuando Alex le cogió de la mano y se lo llevó al interior de la casa bajo la mirada aprobatoria de Daniel. Allí, en una habitación, comenzaron a besarse y su excitación se tornó visible a través de la fina tela de sus bañadores. Tomás notó como la dureza de Alex era bastante extensa. El amigo de Daniel le quitó el bañador y cogió el pene con la mano derecha. Al instante, se separó de Tomás y miró su miembro.

-¿Ya está? ¿Esto es todo?- dijo Alex.

Tomás no se había sentido más avergonzado en toda su vida. Su tamaño nunca había supuesto un problema para nadie.

-¿Cómo dices?- dijo él esperando haberle malentendido.

-Me dijeron que estabas bien armado. ¿Eres amigo de Daniel o le acabas de conocer?

-Soy su amigo- dijo sin entender lo que estaba pasando.

-¿Pero tú eres bibliotecario?- dijo Alex.

Tomás lo entendió todo. Estaba claro que, en una fiesta llena de homosexuales, un paquete como el de Samuel no había pasado desapercibido. La voz se había corrido y le habían confundido con su amigo. Pero no entendía cómo Alex no se dio cuenta con sólo echar un vistazo a su entrepierna, aunque ni iba a preguntárselo. Bastante vergüenza estaba pasando ya. Tomás salió de la habitación después de subirse el bañador con la intención de buscar a sus amigos para largarse de allí cuanto antes. Los tres respiraron aliviados cuando el actor les anunció su retirada. De vuelta en el coche de César, Tomás se echó a llorar de la vergüenza.

-¿Qué ocurre?- dijo Samuel- ¿Estás bien?

Tomás hizo acopio de todo el valor que tenía y les contó lo sucedido. Sus amigos se quedaron un rato callados hasta que Elías le dio un golpe al hombro de Samuel.

-Tu polla nos va a traer problemas a todos- dijo el teleoperador.

Los cuatro empezaron se rieron y se animaron a contarse lo que les había pasado a ellos en la fiesta, jurando que había sido la experiencia más surrealista de toda su vida. Tomás se olvidó de su mal trago al escuchar la historia de César y las chicas o la de Samuel y su carta de presentación. Miró a Samuel y, con los ojos, le dio las gracias por haber convertido la relación de los cuatro hombres en una amistad verdadera.

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