sábado, 24 de julio de 2010

Capítulo 12: Chico malo

Al día siguiente, los cuatro amigos quedaron para tomar un café y contarse las últimas novedades. Tras la tensión del increíble relato de Samuel, llegaron las risas ocasionadas por la broma que Tomás le había gastado a César.

-Muy bonito, reíros- dijo el publicista.- Aprovecharse de la amnesia de un borracho no tiene gracia.

Aún estaba molesto por la actitud de Tomás. Sin embargo, por la noche había tenido tiempo de reflexionar acerca de lo que le habían dicho sus amigos. Nunca se había planteado que su actitud segura pudiera resultar incómoda para ellos. Sabía que su comportamiento mantenía a raya a cualquiera que quisiera subírsele a las barbas, pero nunca pensó que sus amigos se sintieran molestos.

-Tenías que haberle visto- le dijo Tomás a Samuel.- Te hubiera encantado. El impertérrito César siendo superado por las circunstancias.

-¿El imper... qué?- dijo Elías.

Tomás ignoró la pregunta de su amigo y siguió hablando.

-No sabía qué hacer o qué decir. Estaba totalmente a mi merced- dijo guiñándole un ojo a César.

-Pues os voy a decir una cosa- dijo César.- Siendo fiel a nuestro juramento, anoche estuve pensando en lo que me dijiste. Y la verdad es que tal vez esté un poco cansado de adoptar esa postura ante los demás, no sé si me comprendéis.
Ni Beyoncé bailando desnuda hubiera desviado la atención de ninguno. Estaban sorprendidos y admirados ante la declaración de debilidad de la que César había hecho gala.

-¿No vais a decir nada?- dijo él incómodo.

Elías rompió el silencio que se había adueñado de la mesa en la que tomaban el café.
-Hace algún tiempo me metí un dedo en el culo mientras me masturbaba... ¡y me gustó!
Los tres le miraron boquiabiertos.

-¿Y eso qué coño tiene que ver con lo que acabo de decir?- se enfadó César.
-Pues yo creo que tiene mucho que ver- replicó Elías.- La mayoría de los tíos creemos, no te ofendas Tomás, que el hecho de ser penetrados nos hace menos hombres, menos masculinos, y tú acabas de decir que estás cansado de interpretar ese rol ante los demás.

-¿Qué rol? ¿Qué estás diciendo?- dijo César sin comprender.

-Yo creo que tiene sentido.- dijo Tomás.

-Pues explícamelo por favor.

-Pues que tú eres el macho alfa del grupo y que estás hasta los huevos de serlo, y confesar que te gusta meterte un dedo en el culo es como si te restase puntos para ser el macho alfa, cosa que nos enseñan a ser desde pequeños. ¿Ves por dónde voy?- preguntó Tomás.

-Creo que sí. Pero eso significa que estamos en un punto muerto. ¿Qué debemos hacer?

-¿Sabéis qué? Hay algo más- dijo Samuel.

El bibliotecario les contó lo que había pasado con la mujer tras la detención del ladrón.

-Creo que hay muchas mujeres que esperan eso de nosotros, que seamos fuertes y masculinos, que seamos machos alfa, como dice Tomás. Tal vez a ellas les enseñen que los hombres deben ser así.

-Pero eso equivaldría a la completa anulación del movimiento feminista. ¿Tanto tiempo luchando por equipararse para luego querer al clásico hombre a su lado? No lo entiendo.- dijo Elías.

-Bueno, no todas son así- dijo Tomás.

-Sí que lo son. En el fondo, lo que a las mujeres les gusta es el típico malote, ¿verdad Tomás?- dijo César.

Los tres miraron al actor, que se encogió de hombros.

-¿Y yo que sé?

-No mientas, seguro que a ti te pasa lo mismo- dijo César.

-Puede ser, pero a vosotros también, ¿o es que acaso no os gusta Jessica Alba, por ejemplo?

-Esa tía está buena, pero no es una chica dura- dijo César.

-Bueno, pues... ¡Angelina Jolie en Tomb Raider!

-¿Estás tonto o qué? ¡La mayoría de nosotros se cagaría en los pantalones frente a una mujer así!- dijo Elías.

Al ver que sus interlocutores desaprobaban su forma de hablar, Elías se apresuró a corregirse.

-Lo siento, me he dejado llevar- dijo.

-Pero tienes razón. No nos gusta la mujer fuerte, nos intimida.

-Lo que nos lleva a aceptar de nuevo el rol del que hace un minuto nos estábamos quejando- dijo Samuel.

Todos se quedaron en silencio. A pesar de que por un momento no compartieron sus elucubraciones, los cuatro pensaban lo mismo: no había escapatoria.

-¡Russell Crow!- dijo Samuel de repente.- Ése es un tío que les gusta a casi todas y es el típico malote. ¿Verdad Tomás?

-¿Pero por qué me preguntáis a mí?- dijo exasperado.

-Bueno, pues no contestes por todas las mujeres del mundo, hazlo sólo por ti. ¿Te gusta?

Las expectantes miradas de sus amigos intimidaban al actor, cuyo tono de voz se fue empequeñeciendo a medida que daba una respuesta.

-Bueno, feo no es. Pero no sé si será por eso que decís...

-¡Venga ya!- exclamó César.- Mira, puede que nos engañaras sobre tu homosexualidad, pero no nos tomes por tontos.

-No estoy del todo cómodo con este tercer grado- dijo Tomás elevando su tono hasta casi gritar.

-Tiene razón, dejémosle en paz- dijo Elías sintiendo un poco de lástima por su amigo.

Casi al mismo tiempo todos bebieron de sus tazas mientras miraban hacia otro lado. De pronto, Tomás se rindió y suspiró antes de hablar.

-De acuerdo, sí, nos gustan los malotes. Nos ponen los Russell Crow, los Javier Bardem y los Vigo Mortensen del mundo. ¿Contentos? Y la/el que diga que no se ha imaginado nunca con uno, miente descaradamente.

domingo, 18 de julio de 2010

Capítulo 11: Superhombres (II)

¡Despierta!- gritó César mientras agitaba el cuerpo de su amigo.

Tomás se incorporó asustado mientras se frotaba los ojos para poder ver mejor qué sucedía. Por un momento, se le pasó por la cabeza que César había cometido una locura y se había atiborrado de pastillas.

-¿Qué pasa?- dijo al ver la desencajada expresión del publicista.

-Eso digo yo. ¿Qué haces tú aquí? ¿Qué pasó anoche? ¿Por qué no me acuerdo de nada?- dijo César aumentando la desesperación de su tono de voz.

Tomás estuvo a punto de empujar a su amigo y darse la vuelta para seguir durmiendo, pero se controló. Cuando se le pasó el primer impulso, decidió bromear con la situación.

-¿No te acuerdas? Si lo pasamos muy bien...- sonrió Tomás.

-Pero ¿qué dices? ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?- repetía César mientras se ponía la almohada en la cara y daba vueltas desesperado por la habitación.

El timbre de la puerta sonó. César se horrorizó al pensar que Elías estaba allí y que le iba a pillar en el mayor error de su vida.

-¡Es Elías! ¡Escóndete!- casi le gritó a Tomás.

-¿Esconderme? No hay nada que esconder, cariño.

Ver a César tan apurado y avergonzado era suficiente aliciente como para seguir con la broma. Lejos de sentirse ofendido, Tomás disfrutaba observando a su amigo, paradigma de la seguridad, acorralado como un insecto en una tela de araña. El timbre sonó de nuevo. César iba hacia la puerta y regresaba con una celeridad pasmosa, sin saber qué hacer. Tomás se levantó de la cama y abrió la puerta ante la atónita mirada de César, que sólo pensaba en las imágenes que se le pasarían a Elías por la cabeza al ver a su amigo maricón en su casa franqueándole la entrada en calzoncillos.

-¡Hola! ¿Qué hace tú aquí?- dijo Elías. Siguió hablando antes de que el actor pudiera decir palabra alguna.- Venía a coger las llaves del coche de César. ¿Está?- dijo entrando.

Elías supo que algo no iba bien cuando cruzó la entrada y vio la expresión de César. Tenía la misma cara que él había puesto cuando su madre le pilló una vez masturbándose observando una revista porno que le había pasado su primo. A continuación, él puso la misma cara que había puesto su madre, entre sorprendida y azorada. Tenía la sensación de que les había pillado en un momento muy íntimo.

-¿Tienes las llaves a mano?- fue todo lo que acertó a decir.

-Elías- dijo Tomás- no es lo que parece...

-No es asunto mío- le cortó él.- Sólo quiero las llaves y me voy.

-¡Está bien! ¡Está bien!- dijo César gritando- Lo hemos hecho. Ahora resulta que soy gay. ¡Y para celebrarlo me lo he montado con mi amigo! ¿Estás contento?- dijo sin saber muy bien a quién le preguntaba.

Tomás se echó a reír con ganas. Sus amigos le miraron sin entender qué le hacía tanta gracia.

-Lo siento, lo siento- dijo Tomás intentando controlarse- César, no ha pasado nada. Te he mentido.

Su expresión de sorpresa dio paso a una de desconcierto.

-¿Sabes lo bien que me lo he pasado los últimos diez minutos?- dijo Tomás echándose a reír de nuevo.

Esta vez, Elías se unió a él al comprender que le había tomado el pelo a su amigo. Después de ver su reacción, tuvo que corroborar a carcajadas que el actor tenía razón. Jamás le habían visto tan superado por una situación.

-¿Quieres decir que me has engañado? ¿Qué no lo hemos hecho?

-¡Qué va!

-Eres un hijo de... ¿sabes el mal rato que he pasado?- dijo enfadado.

-Por eso ha sido tan divertido.

-¡Capullo!

-No te enfades. A decir verdad, me alegro de haber visto esa faceta tuya. Tú siempre vas por la vida tan seguro, tan distante, como si nada te afectase... ¿Sabes la humanidad que has mostrado en este rato?

-¿Pero qué tonterías dices? Soy humano- afirmó tajantemente.

-Él se refiere- dijo Elías- a que pocas veces te hemos visto tan débil como ahora. Ahora que lo pienso, creo que ninguna.

-¡Dejaros ya de gilipolleces! Tú, toma las llaves.- le dijo a Elías. Luego, se dirigió a Tomás.- Y tú, cuéntame qué coño pasó anoche antes de que te estrangule.

-Os dejo solos tortolitos- dijo Elías cerrando la puerta antes de poder escuchar la réplica de César.

Mientras, Samuel desayunaba en la cafetería que había cerca de su casa. Leía el periódico y daba pequeños sorbos a su taza, esperando a que el contenido se enfriara. Cuando terminó de enterarse de las noticias del día, pagó su consumición y salió a la calle. Ya había andado durante unas cuantas manzanas cuando se dio cuenta de que se había dejado la chaqueta en el bar. Desanduvo el camino. Fue a entrar por la puerta cuando vio que la gente que estaba dentro miraba asustada hacia la barra. Allí había un hombre con la cara cubierta apuntando con una pistola al camarero, que cogía el dinero de la caja y lo dejaba donde el ladrón pudiera cogerlo. Tras hacerse con la recaudación de la mañana del pequeño negocio, el caco echó a andar de espaldas hacia la puerta, apuntando a todos. Ya cerca de la puerta, el individuo se dio la vuelta y la abrió con rapidez. Sin pensarlo dos veces, Samuel le puso la zancadilla, provocando que se diera de bruces contra el suelo. La pistola salió disparada por la acera. El bibliotecario la cogió pensando en alejarla lo máximo posible del atracador, pero este yacía en el suelo lamentándose de dolor. Todas las personas que había en el bar salieron a la calle. Uno de los clientes inmovilizó al ladrón mientras el resto se quedó mirando a Samuel sin saber qué decir. Alguien se puso a aplaudir, y el resto le imitó. Poco a poco, las felicitaciones se fueron sucediendo. Él no podía creer que hubiera hecho lo que había hecho, y se sintió extraño.

Por fin, la policía, alertada de la situación, apareció, para llevarse, minutos más tarde, detenido al autor del frustrado hurto. Samuel observó la escena como si estuviera viendo una película. Una mujer se acercó a él y le felicitó. Se había quedado impresionada con la reacción del bibliotecario.

-Se necesitan más hombres como tú- le dijo.

Samuel la miró y arrugó la expresión. Estaba confundido. ¿Qué había querido decir? Se dio cuenta de que el resultado del pequeño cuestionario que había confeccionado era más representativo de lo que creía. ¿Por qué esperaban las mujeres que los hombres fueran valientes en momentos críticos? ¿No querían que mostrasen sensibilidad? ¿O es que querían sensibilidad pero no miedo?

-Oye, si tienes tiempo, podríamos tomar algo.

Samuel la observó y se sorprendió diciendo que no. Mientras entraba en el bar a por su chaqueta se dio cuenta de que no quería conocer a una mujer que esperase protección de él. Al igual que él no esperaba que una mujer se dedicara a criar a sus hijos ni a mantener una casa.