lunes, 5 de abril de 2010

Capítulo 2: Sexo en Nueva York (Parte II)

Las palabras del bibliotecario retumbaron por toda la casa, y parecía que las paredes repetían incansablemente su pregunta. Los cuatro amigos se quedaron congelados en sus sitios, como si alguien hubiera sacado una foto del momento y los hubiera atrapado allí para siempre. Elías fue el primero en reaccionar y pidió a sus amigos que se disculparan. Tomás pidió perdón por haber mencionado a la ex-pareja de su amigo. Pero Samuel no podía dejar que aquello acabara así, la rabia se le acumulaba en las sienes y no le dejaba razonar.

-Y yo siento haberte visto en los servicios de Ravel con un tío- soltó con furia.
Tomás abrió mucho los ojos cuando supo que su anterior temor se había convertido en una realidad. Se pasó la mano por la frente para quitarse el sudor delator que se le acumulaba. Sintió que el estómago se le encogía y no pudo evitar echarse a llorar desconsoladamente.

-Largaos- dijo entre lágrimas.

César se levantó y salió de la casa sin mediar palabra, dando un portazo. Samuel se sintió fatal viendo sufrir a su amigo y quiso arreglar las cosas, pero el daño ya estaba hecho y sólo consiguió que Tomás se enfureciera.

-Tomás, yo...

-¡Qué os vayáis de una puta vez!- gritó Tomás.

Elías cogió a Samuel por el brazo y le obligó a salir de la casa. Bajaron las escaleras y fueron caminando por la calle en silencio. Después de unos metros, Elías no pudo evitar preguntarle al bibliotecario por qué no había dicho nada.

-No sabía cómo- dijo Samuel arrepentido- La he cagado joder. ¿Qué vamos a hacer?

-No hay mucho que hacer. Él es así.

-No me refería a eso- dijo Samuel chasqueando la lengua- ¿Cuánto hace que nos conocemos?

-¡Uf! No sé. Mucho tiempo.

-¿Y qué clase de amistad tenemos para que nos oculte algo así?

Al día siguiente, Samuel y Elías quedaron para ir a ver a Tomás. Samuel se acercó al call center donde le esperaba su amigo y fueron hasta el teatro. Habían avisado a César, pero se había negado en rotundo sin dar una explicación plausible de su decisión.

-He dicho que no- sentenció César- ¿Te apetece venir conmigo mañana a la cancha?

Samuel supo al instante que la amistad entre Tomás y César se había resentido notablemente. Por lo general, eran ellos dos los que quedaban para jugar al baloncesto dos veces en semana. Ni a Elías ni a él le hacía mucha gracia intentar meter una pelota en un aro de metal.

-¿Y qué pasa con Tomás?- dijo Samuel.

-Nos vemos allí a las cinco- respondió César antes de colgar.

Samuel y Elías entraron en el teatro. Avanzaron por el patio de butacas y se detuvieron a la mitad. Tomás estaba en el escenario ensayando una escena romántica con su compañera de reparto. Cogió a la actriz por la cintura y le acariciaba la mejilla mientras soltaba su texto. Luego, se acercó a sus carnosos labios y la besó apasionadamente.

-No me extraña que nos haya engañado tanto tiempo- dijo Elías en un susurro.- Es un actor de puta madre. El cabrón.

Samuel se limitó a asentir. Aunque su amigo intentaba ver la situación desde un punto de vista cómico, él no podía quitarse de la cabeza el hecho de que su amistad no fuera lo suficientemente íntima como para que Tomás se mostrase tal y como era. El director de la obra concedió unos minutos de descanso después de felicitar a los actores por su inmejorable interpretación. Tomás bajó del escenario y cogió una pequeña botella de agua que había en una mesa colocada a la izquierda de la tarima. Giró el tapón y bebió. Cuando bajó la mirada, observó que sus amigos estaban allí. Fue caminando lentamente hacia ellos.

-¿Qué hacéis aquí?- dijo- Estoy trabajando.

-Sólo será un momento- dijo Samuel antes de que a su amigo se le ocurriera echarles también del teatro- Siento lo que dije ayer, de verdad. Aún estoy superando lo de Rita y me sentó muy mal lo que dijiste. Sé que no es excusa, pero quiero que sepas que lamento lo que pasó. He estado toda la noche pensando en la clase de amistad que tenemos para que nunca nos dijeras nada...
Samuel se quedó con la boca abierta mientras sus amigos esperaban a que terminara de hablar. Su repentino enmudecimiento era debido a que se le había ocurrido una idea radical, una cosa que ningún hombre se había planteado nunca. En cuestión de segundos analizó cuál sería la reacción de sus amigos ante semejante ocurrencia.

-¿Samuel?- dijo Elías

-Lo siento- dijo Samuel sacudiendo la cabeza para centrarse en lo que estaba diciendo- Es que he tenido una idea que podría mejorar nuestra amistad. Pero antes, quiero que sepas- dijo mirando fijamente a Tomás- que no me importa en absoluto que seas...

-¿Marica?- dijo Tomás.

Samuel pensó en la razón por la que le costaba pronunciar la palabra. Estaba descubriendo que no era tan tolerante como pensaba pues, si bien respetaba las diferencias, la concepción que tenía de ellas cambiaba radicalmente cuando las experimentas de cerca.

-Iba a decir homosexual- dijo.

-A mí me la suda también. Yo he tenido una experiencia homosexual- dijo Elías.
Samuel y Tomás le miraron con tanto asombro que parecía que sus ojos iban a salirse fuera de sus órbitas.

-¿Qué?- dijo Elías encogiéndose de hombros- Era joven y no hay que desechar nada hasta que lo pruebas.

Los tres se echaron a reír. Pero Samuel se puso serio enseguida cuando pensó en César y en la partida de baloncesto. Le comunicó a su amigo la oferta que le había hecho para jugar con él al día siguiente y los tres decidieron que había que hacer algo. Luego, antes de que el director diera por finalizado el descanso, Samuel les contó su revolucionaria idea.
Al día siguiente, César calentaba tirando a canasta mientras esperaba a Samuel. Cuando vio que venía acompañado de Elías y de Tomás, fue hasta sus cosas, las recogió, y se dispuso a irse. Tomás fue hasta él y le detuvo colocándole una mano en el pecho.

-¡No me toques!- dijo César apartando de un manotazo el brazo de su amigo.
-Tenemos que hablar- dijo Tomás.

-No tengo nada que hablar contigo. Me mentiste. Nos mentiste a todos- dijo César casi gritando.

César avanzó unos pasos pero Tomás se interpuso de nuevo en su camino, cerrándole el paso.

-¿De qué tienes miedo?- dijo Tomás- ¿Crees que si vas con un maricón la gente pensara que tú también lo eres?

-¡Cállate!- gritó César.

Tomás se dio cuenta de que había dado en la diana. Pensó que la única forma que tenía de solucionar el entuerto era enfrentando a César con sus miedos.

-¿Tienes miedo de que la gente crea que eres maricón? ¿De que los tíos te paren por la calle?

-¡Que te calles!- dijo César dándole un empujón a Tomás.

-¿O tienes miedo de que te guste?

Sin mediar ni una sola palabra más, César le dio un puñetazo a su amigo que, aunque giró la cabeza por el golpe, se recuperó enseguida y se abalanzó sobre su contrincante. Ambos rodaron por el suelo sin dejar de pegarse con los puños donde la guardia de su oponente no era eficaz. Samuel se disgustó por el agresivo comportamiento de sus amigos y quiso ir a separarles, pero Elías se lo impidió.

-Déjales. Lo están solucionando.

Samuel no comprendió las palabras de su amigo y no podía dejar de mirar la escena con aprensión. De pronto, le vino a la cabeza un documental sobre animales que había visto unos días antes. En él se explicaba el liderazgo del macho alfa en un grupo organizado de leones y no pudo evitar compararlos con ellos. César, indiscutible líder de su particular manada, había sido desafiado por el macho beta, Tomás, poniendo en tela de juicio su masculinidad. Supo que Elías tenía razón. Ambos estaban dando sus opiniones al respecto de la forma más primitiva posible: enfrentándose en una pelea. Minutos más tarde, Tomás consiguió noquear definitivamente a su oponente, que quedó tumbado en el suelo. Respirando con dificultad, Tomás le tendió la mano a César que, aunque dudó durante un momento, aceptó la ayuda y la derrota a la vez. Y así, sin decir nada, el conflicto entre los dos quedó solucionado. Samuel observó la escena atónito. Mientras sus amigos se reunían con Elías y con él, pensó que, aunque los hombres habían evolucionado, la ancestral tradición de resolver cualquier tema mediante una reyerta estaba inserta en lo más profundo de la biología masculina.

-¿Os apetece un café?- dijo Tomás.

-Claro. Vamos aquí al lado- dijo Elías.

Samuel se sintió como de otro planeta cuando se dio cuenta de que ninguno de sus tres amigos daba importancia a lo que acababa de pasar. Se encogió de hombros y caminó con ellos hacia una cafetería que había a la vuelta de la esquina. Diez minutos más tarde, ya estaban los cuatro sentados en una mesa con sus respectivas tazas.

-Por cierto- dijo Tomás mirando a César- Samuel tiene una propuesta muy interesante que hacerte. Nos la ha comentado a Elías y a mí y nos parece bien.

César miró a Samuel mientras pensaba en qué otra sorpresa le depararía el día. Suspiró antes de preguntar de qué se trataba.

-Bueno- dijo Samuel- ha surgido a raíz de Sexo en Nueva York.

-Sabía que no debíamos comprar esa serie- dijo César.

-Calla y escucha- dijo Elías.

-Ayer fuimos al teatro a disculparnos con Tomás- dijo señalando a Elías- cuando me vino de pronto la imagen de la serie. Y me di cuenta de una cosa. Los hombres nunca hablan entre sí como lo hacen las mujeres. Tal vez sea hora de probarlo.

-¿Qué quieres decir?- dijo César sin comprender.

-Pues que, a partir de ahora, podríamos compartir todo lo que nos pasa con los
demás.

-Eso ya lo hacemos- dijo César chasqueando la lengua.

Samuel pensó en cómo era posible que su amigo creyera que compartían todo después de lo que había pasado con Tomás.

-Entonces, ¿por qué no sabíamos que Tomás es gay?- dijo Elías.

-¿O por qué no sabíamos que tú te lo habías hecho con un tío?- dijo Tomás sonriendo.

A César casi se le cae la taza de las manos. Miró a Elías horrorizado.

-¿Es que tú también eres marica?- dijo César.

-¡Claro que no!- respondió Elías- Surgió y lo probé.

-¡Joder Elías!- dijo César esperando que se entendiera la confusión que reinaba en su mente.

-La cuestión es- dijo Samuel redireccionando la conversación- que deberíamos probar. Yo creo que es positivo pero, si no nos convence, lo dejamos y ya está. ¿Qué dices?

-No sé. ¿Y todos estáis de acuerdo?- preguntó César.

Sus amigos asintieron. César creía que aceptar la homosexualidad de su amigo iba a ser bastante duro, pero oír hablar a sus colegas como si fueran mujeres, compartiéndolo todo, iba a ser aún peor. Pero, a pesar de su apariencia externa, César les apreciaba mucho, se habían ayudado unos a otros en muchas ocasiones y los consideraba como una segunda familia. Claro que nunca lo decía. Pensó que no tenía nada que perder.

-De acuerdo. Pero si me siento incómodo alguna vez, lo dejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario